En Perú, cientos de niñas son prostituidas en campamentos de prospección informal de oro en la Amazonía cada año. BBC Mundo habla con una de las pocas que logró escapar.
Cuatro de la madrugada y Teresa se pone la escasa ropa que trajo, una encima de otra. Tiene tan solo 14 años y no sabe dónde está. Espera un par de horas y cuando comprueba que todos duermen sale disparada por la entrada del burdel sin mirar atrás.
Hacía tres días que había llegado a este lugar, una miserable choza cubierta de plástico azul empapelada con pósters de mujeres desnudas y un tubo en el medio rodeado de sillas, donde buscadores de oro ilegales vienen a tomar cerveza y acostarse con una chica.
Corrí, corrí, corrí y me salvé. El policía después me felicitó, me dijo que era un milagro que había salido viva porque allí nadie se salva, te violan y te botan al monte
Testimonio de una menor
“Corrí, corrí, corrí hasta que encontré un señor en una moto y me sacó de allá. Gracias a Dios me salvé. Estaba perdida, además de noche todo es oscuro, no hay lámparas ni nada.
El policía después me felicitó, me dijo que era un milagro que había salido viva porque allí nadie se salva, te violan y te botan al monte”, comenta la niña cuyo verdadero nombre no puede revelarse por motivos de seguridad.
Refugio para menores
Han transcurrido dos días desde esa noche y Teresa habla en el único refugio para niños explotados que hay en la región de Madre de Dios, en el corazón del Amazonas peruano, mientras espera la llegada de sus padres desde Lima.
A una cuadra de allí pasa la nueva carretera Transoceánica que está previsto estará lista a fin de año, y alimenta una fiebre del oro al facilitar la llegada de personas y abastecimientos. Y con ello un boom en las redes de prostitución infantil que buscan saciar los apetitos sexuales de los mineros.
Organizaciones de derechos humanos estiman que unas 1.200 niñas de entre 12 y 17 años llegan cada año a los burdeles en medio de los inmensos campamentos que alojan a los trabajadores y quienes les sirven.
Las chozas de prostitución tienen nombres como FBI y Noche Azul, y están junto a otras cabañas mal construidas donde ofrecen lavar tu moto, hablar por teléfono o tomar una cerveza bajo un calor de justicia, el olor pestilente de cloacas al aire libre y una atronadora música salsa.
Cuando BBC Mundo llegó a un poblado en la principal zona minera llamada Guacamayo, un desierto situado en medio de la selva donde trabajan día y noche miles de mineros, dos niñas se aventuraron afuera de uno de los burdeles.
Pero enseguida dieron media vuelta en cuanto un hombre les hizo un gesto con la mano mientras que, a pocos pasos de allí, un grupo de mineros veía un partido de fútbol en una pequeña pantalla de TV.
“A las niñas las traen desde otras zonas del país con la promesa de trabajos simples bien remunerados que resultan ser falsos. Les ofrecen cuidar bebés, trabajar en una tienda de ropa, acompañar a niños a la escuela y prometen pagarles 500 soles (US$180) al mes.
Las chicas se sorprenden ya que una trabajadora doméstica en Cusco, por ejemplo, gana 80 soles (US$30) de promedio. Pero cuando llegan son llevadas a los campamentos mineros y de ahí no salen más”, comenta Óscar Guadalupe, director de la Asociación Huarayo que gestiona el refugio donde encontré a Teresa.
Difícil escapada
Desde octubre de 2008 hasta ahora, 72 niñas han sido atendidas en el albergue, un edificio sencillo de madera con dibujos de los niños sonrientes colgados en las paredes, situado en una calle lateral de la caótica Mazuko, punto de entrada a la región. Pero no todas tuvieron tanta suerte como ella.
“Había una chica de 16 años que también se negó a atender”, recuerda Guadalupe. “El esposo de la dueña del bar la violó y la dejó embarazada, la hizo abortar y tuvo una infección terrible. La tenía encerrada con candado hasta que un día le dijo que fuera a la farmacia a conseguir una vacuna y allí fue cuando se escapó”.
Las menores deben pagar el dinero que la madame gastó por ellas, por eso hay algunas endeudadas.
La mayoría no logra ni eso. La policía afirma que existe una especie de control entre dueños de bares y mineros: cuando ven que una chica se escapa se comunican entre ellos para cerrarle el paso. Si son mayores suelen quitarles los documentos y a las menores prometen pagarles sólo cuando se vayan, algo que muy pocas veces ocurre.
Además cargan a la cuenta de la chica todo, desde un vaso roto hasta el dinero que tuvo que pagar la madame por ella –5 gramos de oro en el caso de una niña andina, 10 si es A1, o sea, de ciudad– por lo que éstas terminan “endeudadas” con la dueña.
Cuando pregunto si recibe ayuda oficial, Guadalupe hace un gesto resignado: “No hacen casi nada. Intentamos incentivar intervenciones policiales y a veces tenemos éxito como en febrero pasado cuando rescatamos a 12 víctimas. Pero hay chivatos en la policía que avisan sobre cualquier intervención, lo que logramos en muy poco, sólo grano de arena”.
http://www.bbc.co.uk/mundo/america_latina/2010/09/100809_peru_explotacion_sexual_infantil_amazonia_mineria.shtml