Por Nelson Manrique Gálvez* – Diario La República
El asesinato de Fidel Flores Vásquez, cajamarquino, de 62 años de edad, mecánico, casado y padre de siete jóvenes, por la policía ha provocado la indignación de todo el país.
No es para menos. Las imágenes grabadas por Cajamarca Reporteros muestran un empleo absolutamente desproporcionado de la fuerza por los policías durante un desalojo, con una víctima abaleada a 4 metros de distancia por una descarga de escopeta en el pecho y en la cara que le alojó 60 perdigones en el cuerpo provocándole finalmente la muerte. Según un jefe policial eran perdigones de goma, pero no es eso lo que muestran las imágenes de las perforaciones provocadas por los perdigones en una calamina situada detrás de donde estaba don Fidel.
Es verdad que la violencia provino de ambas partes. De Fidel Flores y sus familiares que lanzaron trozos de ladrillos y bombas incendiarias para impedir que la policía pudiera subir al techo de su vivienda. De los mercenarios contratados por la organizadora del desalojo, que devolvían los mismos proyectiles contra los habitantes de la vivienda, y finalmente de la policía, que no se limitó disparar contra Fidel Flores si no se ensañó cobardemente contra él y sus familiares. Contra su hijo, que intentaba asistirlo y fue pateado inmisericordemente en el suelo por efectivos policiales que se turnaban para golpearlo. Contra su esposa, a la que dos policías patearon y arrojaron al suelo, halándola de los cabellos. Contra el mismo Fidel Flores, que mientras agonizaba fue apaleado en el suelo por un par de valientes policías que de esa manera reafirmaron que el honor es su divisa. Contra el vecino que salió pacíficamente en defensa de los agredidos en la calle y al que, ya rendido y tirado en el suelo, un policía pateaba en el pecho con el taco, disimuladamente, como quien no quiere la cosa. Ya sabemos: autoridad que no abusa se desprestigia… (mais…)