A Hannah Arendt con amor

Hannah_ArendtPor Efraín Jaramillo Jaramillo*

9 de junio, 2013.- Se estrenó por estos días en París la película Hannah Arendt. Por aquello de los prodigios de internet tuve la suerte de ver este filme, antes de que se estrenara en Colombia. Es un filme de la directora alemana Margarethe von Trotta, la misma realizadora de tres películas más sobre la vida de otras célebres mujeres alemanas, como Rosa Luxemburgo, filósofa y teórica marxista de origen judío, Gudrun Ensslin en bleierne Zeit (“época gris”) hija de un pastor evangélico que se convirtió en la cabeza intelectual del grupo terrorista Baader-Meinhof; y de la poeta y compositora medieval  Hildegard von Bingen, escritora de textos teológicos y botánicos. El papel de estos cuatro personajes fue representado por la talentosa actriz de teatro y cantante alemana Barbara Sukowa.

Debo decir que el filme me conmovió de sobre manera. Me trajo a la memoria (con mucha nostalgia por cierto) aquellas reflexiones filosóficas y políticas “arendtianas”, que nos enseñaron a pensar en términos interculturales y lo fundamental, nos apartaron (para pesar mío un tanto tarde) de todos los credos políticos en boga durante mi época de estudiante en Alemania. He vuelto a ver varias veces el filme y repasado una y otra vez algunas de sus escenas, buscando encontrar detalles que hubiera pasado por alto. Con medianos conocimientos de cine y regular solvencia sobre el pensamiento arendtiano, escribo estas notas. El motivo es el de animar a mis amigos a ver el filme y, sobre todo a regocijarse con el pensamiento político de Hannah Arendt, una de las figuras más significativas de la filosofía alemana de la segunda mitad del siglo XX, a la cual muchos de mi generación (infortunadamente no todos) debemos la parte más importante del desarrollo de nuestra vida intelectual.

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arendtHannah Arendt de ascendencia judía nació en Hannover (Alemania) el 14 de octubre de 1906. Entre 1924 y 1929 cursó estudios de filosofía y teología, primero en Marburg y en Freiburg y finalmente en Heidelberg, donde obtuvo el doctorado en filosofía bajo la dirección de Karl Jaspers. Además de Jaspers, tuvo como maestros a Edmund Husserl y Martin Heidegger. Con el ascenso  de Hitler al poder en 1933, emigró a Francia. El régimen nazi la despojó de la nacionalidad alemana en 1937. Con la ocupación del Norte de Francia por el ejército alemán huye al Sur del país, donde el régimen colaboracionista de Vichy la recluye en 1939 como “apátrida”, en Gurs, un “campo de internamiento” para “enemigos extranjeros”(1). De allí logra escapar, evitando ser deportada a un “campo de concentración” en Polonia y huye a los Estados Unidos con su madre y su marido. Se establece definitivamente en Nueva York, donde muere el 4 de diciembre de 1975.

En su obra más conocida, Los orígenes del totalitarismo (1951), Hannah Arendt analiza el imperialismo del siglo XIX y los regímenes totalitarios del XX, buscando reconstruir los acontecimientos histórico-políticos que convergieron en el antisemitismo y en otras formas de degradación de la dignidad humana. En 1958 publicó La condición humana, obra en la que Hannah Arendt analiza conceptos como democracia, poder, dominio y violencia, texto en el cual aflora de forma lúcida y palmaria su pensamiento independiente, que escapaba a las dicotomías de izquierda-derecha, habituales de la época, negándose a ser catalogada como marxista o liberal, progresista o conservadora.   Esta obra, junto a otros trabajos de “filosofía”(2) que reivindican la discusión política libre, la lleva a examinar de forma crítica la democracia representativa y a abogar por un sistema de consejos o formas de democracia directa, entendiendo la política como participación y como virtud cívica y acción que busca el bien común; y a defender un concepto de “pluralismo” en el ámbito político, pues según Hannah Arendt gracias al pluralismo, se generaría el potencial de una libertad e igualdad políticas entre las personas.

Más aún, miembro de una identidad colectiva, que había sufrido toda suerte de pogromos –el nazi, aunque fue el más devastador, no fue el primero(3)-, para Hannah Arendt era importante en cualquier sistema político, la perspectiva de la inclusión del Otro. Esta forma de pensar, moviéndose entre diferentes campos del conocimiento y especialidades académicas, y sin ataduras ideológicas, la convierten a los ojos del mundo intelectual de su época en una de las pensadoras más versátiles y originales del siglo XX.

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En 1961 Hannah Arendt cubre para la revista The New Yorker el juicio a Karl Adolf Eichmann  un Teniente Coronel (Obersturmbannführer) de la SS (Schutzstaffel?) del régimen nazi, directo responsable de la “solución final”(4), capturado en Buenos Aires por agentes de la Agencia de Inteligencia Israelí (Mossad). Después del juicio Hannah Arendt regresó a Nueva York, pero solo en 1963 consiguió reponerse de la crisis personal sufrida y  escribir las casi 500 páginas de su Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal  (Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of evil), considerado como uno de los más importantes ensayos de ciencia política del siglo XX.

Este ‘informe’ es el argumento de la película que busca dar cuenta de la polifacética biografía de Hannah Arendt, sobre todo de su pensamiento. El film que empieza con el secuestro de Eichmann en Mayo de 1960 en Buenos Aires, ciudad donde llevaba una vida de incognito con el nombre de Ricardo Klement, Von Trotta acude a imágenes de archivo y a recurrentes y acertados flashbacks para mostrar todos estos pasajes de la vida de Hannah Arendt. Seguramente para los conocedores y estudiosos de Hannah Arendt, la película deja muchas lagunas. Para sus discípulos menos aventajados, el filme nos emocionó tanto, que hoy más de uno nos encontramos leyendo o releyendo uno que otro de sus variados ensayos que tenemos a mano. Allí radica la genialidad de la cineasta Margarethe von Trotta, que partiendo de un corto episodio de la vida de Hannah Arendt nos descubra la “esencia” de su vida y su pensamiento. Esto se logra a mi juicio, a que ese episodio concentra su devenir personal y su pensamiento. Mejor: Von Trotta hace coincidir su vida con su pensamiento y su obra intelectual, pues se percata que vida, pensamiento y trabajo intelectual son en Hannah Arendt una y la misma cosa. Tal integridad en un ser humano es sorprendente y por ese ejemplo le estaremos siempre agradecidos, y, como se dice en alemán “wir möchten seiner würdig sein”(5).

Y es que este episodio en el cual se centra la película, no fue un episodio más de los muchos vividos por Hannah Arendt, pues el juicio  a Eichmann revivió en su memoria numerosos sucesos de su vida, la mayoría de ellos tortuosos, que la marcarían para siempre.  El sólo hecho de tener ante sí al personaje responsable de las deportaciones de judíos de los territorios ocupados por el ejército alemán, a los campos de concentración para la solución final, le trajo a la memoria los trágicos sucesos vividos por sus amigos, entre ellos Walter Benjamin, que no tuvo la misma suerte que ella (6); desfilaron por su cabeza pasajes de su vida en Alemania, como el de su relación amorosa con Martin Heidegger y el papel que este jugó en su vida afectiva e intelectual, relación que no dudó en romper cuando Heidegger adhirió al partido del régimen nazi (NSDAP) (7); también aquel momento, cuando rechazó la recomendación de Karl Jasper de considerarse alemana, reafirmando su existencia judía y criticando la expresiónDeutsches Wesen’ (Ser alemán) empleada por Jasper, una expresión que relacionaba con aquella desventurada frase “Am deutschen Wesen mag die Welt genesen”(A través de la esencia alemana va a mejorar el mundo) (8), puesta en boga por líderes nazis. En la medida que recordaba la barbarie nazi, más le repugnaba el “acomodamiento” o “adaptación”(Gleichschaltung) al régimen nazi, de Heidegger, Jasper y otros pensadores alemanes y judíos.

Quienes esperaban ver en Eichmann a un Sigfrido tornado en Abadon (9) por “obra y gracia” de una ideología, se sorprendieron de ver a un personaje viejo, calvo y miope, un ser insignificante que no mostraba ni culpa ni odio y que se defendía argumentando que no tenía ninguna responsabilidad porque estaba simplemente “haciendo su trabajo” en el marco de la legalidad del régimen nazi, a cuyos líderes acusaba de “haber abusado de su obediencia” (10). Hannah Arendt sorprendida por la simpleza de su defensa, introduce el concepto de “banalidad del mal”.Para ella Eichmann no era ni un ser perverso ni un fanático doctrinario. Su llegada a la SS en 1932 no fue el resultado de una reflexión largamente madurada, ni obedecía a una adhesión ideológica profunda. Más aún,  afirma que Eichmann no mostraba ningún rastro de antisemitismo o daño sicológico. Concluye diciendo que el mal no se presentaba sólo en psicópatas como Hitler, Bormann, Goebbels, Goering o Himmler. Se presentaba también en seres “cotidianos” y triviales como Eichmann, un hombre de pocas ambiciones, un agente viajero que quería ser masón y que por avatares de la vida terminó convertido en eslabón de una cadena criminal que atentó contra la humanidad y dignidad de varios pueblos, sobre todo del pueblo judío.

Para ella estos hombres “banales” han sido quizás los peores. Las palabras con las que cierra el capítulo final del libro condensan esa noción del mal que surge de lo cotidiano, de lo burocrático, el mal desplegado por un funcionario, esa banalidad del mal personificada en Eichmann: “Él cumplió con su deber…; no sólo obedeció las órdenes, también obedeció a la ley”.

Estas conclusiones de Hannah Arendt desencadenaron las más variadas reacciones de intelectuales alemanes y judíos de todo el mundo, generando una de las grandes polémicas intelectuales del siglo XX. Desde aquellos que disentían de Hannah Arendt, señalando que el sentimiento antisemita de Eichmann era el “leitmotiv” de sus actos perversos y no como afirmara Hannah Arendt de que su talante maligno era banal y no ideológico, habiendo renunciado a su autonomía de decidir, obedeciendo las órdenes de los líderes nazis; hasta aquellos que la culpaban de que su informe había deshonrado al pueblo judío y “nacía del odio a su propia condición de judía”. Pero no todos los críticos fueron tan reverentes: “¿Es nazi Hannah Arendt?”, era el título de una carta colectiva publicada por Le Nouvel Observateur.

“La imagen que habían creado era la de un ‘mal libro’; ahora han de probar que fue escrito por una ‘mala persona”, escribió Hannah Arendt, entristecida por la ruptura con sus amigos y colegas judíos, entre ellos Gershom Gerhard Scholem, figura destacada dentro y fuera del judaísmo, que la acusó de “falta de corazón” y de “ausencia de amor al pueblo judío”. Esta ruptura de Hannah Arendt fue la más dolorosa, más que la experimentada con sus colegas alemanes que se adaptaron al régimen nazi. Lo que efectivamente no la afectó fue la ruptura o la línea divisoria que trazó con aquellos intelectuales que rechazaron el totalitarismo nazi, pero que a la postre terminaron acogiendo el totalitarismo comunista. Y no la afectó, pues aquí se trataba de un asunto político y no personal, y en política su integridad ética, rigor académico y búsqueda de la verdad no dejaban espacio a licencias.

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Estas notas no serían comedidas con Hannah Arendt si no reflexionáramos a la luz de sus enseñanzas políticas sobre lo que estamos haciendo en Colombia para encontrar la ruta hacia la paz. ¿A cuántos colombianos no se les ha desarraigado de su tierra y mutilado sus vidas? Semejante a lo que vivió y sintió Hannah Arendt, ¿cúantos colombianos no son parias como ella, en su propio país, producto de ideologías totalitarias que les han usurpado el espacio público excluyéndolos de todas las formas de relación interétnica, obstaculizando toda posibilidad de construir una sociedad pluralista?

“¿Cuántos asesinos de escritorio hemos visto desde 1962?” sostenía Hannah Arendt años después del juicio, condena y ahorcamiento de Eichmann en Ramla el 31 de mayo de 1962.

Por nuestra parte nos preguntamos, ¿cuántos hombres sencillos, demasiado normales, hubieran sido buenos agricultores si por hechos circunstanciales sus vidas no hubieran caído en el engranaje de la guerra interna que vive el país desde hace medio siglo?

“¿Atentados a ciegas nosotros? ¡Jamás!. Siempre hay una razón. Los sindicalistas, por ejemplo, impiden trabajar a la gente. ¡Por eso los matamos!”, respondía el jefe paramilitar Carlos Castaño, en una entrevista al filósofo francés Bernard Henry Levy. Y a la pregunta de Levy:“Bueno, y el jefe de los indígenas del Alto Sinú [Kimy Pernía], ¿a quién le impedía trabajar él, ese pequeño jefe indio que bajó a Tierra Alta?”, Castaño respondió: “¡La represa! ¡Impedía el funcionamiento de la represa! Así hablaba el hijo de un hacendado antioqueño secuestrado y muerto por las FARC que había entrado a hacer parte de un aparato criminal que ha asesinado a miles de campesinos, negros e indígenas y desplazado de sus tierras a cerca de un millón de familias. Banalidades del mal.

“Yo no escogí la guerra; la guerra vino por mí”… Alzarse en armas era la única manera de sobrevivir”, le dijo el jefe guerrillero Pedro Antonio Marín (“Tirofijo”) al escritor Arturo Alape, al explicar su salto de campesino a hombre de guerra. Indudablemente era la víctima de un régimen fascistoide que desencadenó una década de persecución a campesinos liberales, época conocida con el nombre de “la violencia” que costó la vida de más de 200.000 campesinos. Laureano Gómez, político colombiano influenciado por el fascismo y nacionalsocialismo había reaccionado así contra la república liberal de los años 30. Según la retórica de Gómez  el ascenso de los liberales al poder se debía a  un complot judío-masónico-comunista, de nivel mundial, contra la Iglesia. Tirofijo no tuvo otro camino. Banalidades del mal.

Y que podemos decir de aquellos buenos ciudadanos colombianos que aman el país y están muy preocupados por el desarrollo de las conversaciones de paz en la Habana… pero que sumergidos en una ideología denuncian las atrocidades de un grupo, mientras miran por encima del hombro cuando el grupo de sus afectos ideológicos cometen atrocidades similares, pues como dicen los que por la vía de los hechos de la guerra perdieron la decencia y quedaron aprisionados en esa dinámica de la banalidad: “Las balas matan por igual, pero hay balas que tienen razón”. Banalidades del mal.

Notas:

(1) Sobre estos hechos escribiría: “Fuimos expulsados de Alemania porque éramos judíos. Pero apenas cruzamos la frontera francesa, nos convirtieron en ‘boches’ [término despectivo de los franceses para referirse a los alemanes].  Aparentemente nadie quiere saber que la historia contemporánea ha creado una nueva clase de seres humanos: la clase de los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos y en campos de internamiento por sus amigos”.

(2) No obstante Arendt no admitía ser catalogada como “filósofa” y no le gustaba que sus trabajos fueran recogidos con el término de “filosofía política”. Prefería que sus publicaciones fueran clasificadas dentro de la “teoría política”.

(3) Ni en Alemania, donde se habían presentado pogromos en la edad media  (Franfurt 1622). También en la Rusia zarista (en ruso pogromo significa “devastación”), donde se prolongaron hasta la revolución bolchevique en 1917, cuando fueron perseguidos como miembros de la población más acaudalada, pero también por el fuerzas pro zarista (ejército “Blanco” como partidarios (judíos pobres) de la revolución.

(4) Exterminio general de los judíos confinados en los campos de concentración.

(5) Algo así como “quisiéramos ser dignos de ella”.

(6) Benjamin se suicidó en Portbou (frontera franco-española), cuando buscaba llegar a Lisboa para embarcarse a los Estados Unidos. Hannah Arendt llegó a Portbou en octubre de 1940, buscando la tumba de su amigo, pero nadie supo indicarle el lugar: se había enterrado al filósofo y fugitivo judío con otro nombre.

(7) Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei.

(8) Del poeta alemán Emanuel Geibel (1815-1884).

(9) El Ángel del abismo sin fondo” en el libro del Apocalipsis (Abadon significa en hebreo “destrucción” o “perdición”).

(10) Mientras cubría los aspectos técnicos del juicio a Eichmann, Hannah Arendt exploraba algunos temas inherentes al juicio,  tales como la naturaleza de la justicia, la conducta de la dirigencia judía durante el régimen nazi y lo que desató la controversia, la naturaleza misma del mal. La angustiaba no encontrar una explicación plausible para la horrorosa maldad de los actos de Eichmann.

*Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico que se creó a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga fue dado a este colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.

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