La alfombra a cuadros verde y ocre del Valle del Yaqui oculta con su belleza la tragedia de esta región del noroeste de México, devastada por el uso intensivo de agrotóxicos bajo el modelo de agricultura capitalista que durante más de medio siglo ha contaminado agua, suelos y aire, y ha afectado mortalmente la salud de las personas.
El valle se extiende en una zona de unas 225 mil hectáreas de tierras de riego por gravedad al sur de Sonora donde se cultiva principalmente trigo, maíz, algodón, hortaliza y forrajes. La región junto con Baja California aporta el 65 por ciento de la producción anual de trigo de México.
La irresponsabilidad criminal de las empresas fabricantes y expendedoras de agrotóxicos es un expediente abierto. Ante la falta absoluta de información entre trabajadores agrícolas, aplicadores y población general, un Warning! no es suficiente para alertar sobre la clase de material que están recibiendo. Después de las aplicaciones sin ningún tipo de protección, los recipientes quedan abandonados dondequiera y los pilotos lavan los tanques de sus aviones lanzando los residuos incluso en áreas pobladas.
En estas zonas cuando los niños apenas alcanzan estatura para llevar los tanques aspersores en la espalda, o la fuerza necesaria para sostener una bandera que indique el camino al avión fumigador, participan también en las tareas agrícolas por unos cuantos pesos, quedando en ambos casos envueltos por horas en una nube de venenos. Si acaso no son víctimas de envenenamiento inmediato, los efectos nefastos por acumulación de exposiciones llegarán no mucho tiempo después.
Venenos en la leche materna
Desde hace más dos décadas se ha venido documentando la presencia de plaguicidas organoclorados en leche materna de residentes del Valle, como arrojó, por ejemplo, un estudio aplicado a madres lactantes de Pueblo Yaqui, comisaría del municipio de Cajeme, en 1990. Los resultados mostraron que el 85.71 por ciento de las muestras analizadas evidenciaron la presencia de 1 a 3 plaguicidas. Los compuestos detectados fueron: aldrín, HCH, (lindano), DDT-técnico y pp-DDE, con una concentración promedio de 0.11, 0.17, 0.27 y 1.90 partes por millón (ppm), respectivamente. La investigación demostró que los niveles de lindano, DDT-técnico y pp-DDE se encontraron en concentraciones superiores a los límites establecidos para leche por la FAO y la OMS.
Neonatos lactantes de la misma localidad, a los 3 meses de edad, presentaron en su sangre los mismos plaguicidas. A los seis meses tales sustancias permanecieron presentes, sólo que algunas se transformaron en productos de degradación y las concentraciones correspondientes al lindano y al dieldrín sobrepasaron a las detectadas en personas con exposición normal.
De acuerdo con variados y acreditados estudios, la exposición crónica incluso a bajas dosis a los agrotóxicos causa daños graves a la salud humana relacionados con la aparición de cánceres, alteraciones cromosómicas, malformaciones congénitas, afecciones del sistema nervioso y trastornos del sistema endócrino, entre otros.
Una vez esparcidos, los agrotóxicos contaminan los ríos, los mantos freáticos, las costas, el aire, el suelo y los alimentos. La exposición de los seres humanos ocurre por inhalación, ingestión y contacto.
Nobel para la Revolución Verde
Se trataba del nuevo modelo de producción agrícola impulsado desde mediados del Siglo XX para la expansión de los agronegocios a partir de la utilización intensiva de semillas híbridas, fertilizantes químicos, plaguicidas y la mecanización extensiva del campo. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, ésta fue la ruta impuesta por el complejo militar industrial para mantener sus abultadas ganancias. Los explosivos fueron convertidos en fertilizantes nitrogenados, los gases mortales en pesticidas y los tanques de guerra en tractores.
El agronegocio generó mentalidad, amplió el monocultivo, favoreció la concentración de tierras y consolidó el poder político de los grandes productores. Elevó también la explotación del trabajo, la migración campo-ciudad y el desempleo rural. Simultáneamente, incrementó el lucro capitalista de los grandes propietarios rurales y las trasnacionales de las industrias química, metalúrgica y biotecnológica involucradas. Desde el inicio contó con fuerte apoyo del aparato gubernamental e instituciones científicas y tecnológicas, como una norma impuesta mundialmente para subsidiar a las empresas multinacionales con dinero público.
Pregunté a Borlaug no muchos años antes del fin de su longeva existencia si la Revolución Verde podía mantener la promesa de acabar con el hambre. Admitió que se había llegado al límite del incremento en los rendimientos por esa vía y dijo que era necesario enfrentar el problema con decisiones políticas. Era a principios de la década de los noventa. Hoy no puede estar más claro que las soluciones a la crisis alimentaria no son tecnológicas sino dependen de una transformación radical en los patrones de producción, distribución y consumo de alimentos.
Resultado del modelo, hay ahora en el mundo unas 20 grandes industrias fabricantes de agrotóxicos, con un volumen de venta que rebasa los 40 mil millones de dólares anuales y una producción de 2.5 millones de toneladas de veneno. Las principales compañías apoderadas del mercado son Syngenta, Bayer, Monsanto, Dow Agrosciences y Du Pont. América Latina es un importante y creciente mercado donde la facturación en la venta de agrotóxicos creció 18.6 por ciento entre 2006 y 2007 y 36.2 por ciento entre 2007 y 2008.
Un agrónomo en activo que prefirió el anonimato informó que el plaguicida más usado actualmente es el glifosato producido por Monsanto y comercializado aquí como Faena (Roundup, en otros sitios). De acuerdo con un estudio reciente, las formulaciones y productos metabólicos del glifosato causan la muerte de embriones, placentas, y células umbilicales humanos in vitro aún en bajas concentraciones. En el Valle, según la fuente anónima, todavía se sigue aplicando paratión y malatión. El primero —extremadamente tóxico—, está definitivamente prohibido en varios países y por el Convenio de Róterdam. Respecto al segundo, la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional de Estados Unidos establece un límite de 15 miligramos por metro cúbico de aire en el trabajo durante jornadas de 8 horas diarias, 40 horas a la semana, recomendaciones prácticamente imposibles de observar.
Se puede definir a los agrotóxicos como los insumos de la agricultura industrial elaborados a partir de sustancias químicas venenosas en forma de insecticidas, defoliantes, herbicidas y fungicidas. Por su acción contaminante se incluye en esta categoría a los fertilizantes químicos que degradan suelos y sus componentes se incorporan a la cadena alimenticia en esteros y bahías. Y deben ocupar un lugar las semillas transgénicas asociadas al uso intensivo de pesticidas cancerígenos como el glifosato y a plantas que producen su propio insecticida.
Se decidió lanzar una campaña continental bajo el lema: “Los agrotóxicos matan”. Una campaña de educación, concientización e indignación que busca sensibilizar a la sociedad, acabar con el mito del uso seguro de los agrotóxicos y luchar por su erradicación definitiva.
Se debe explicar por todos los medios al alcance, la necesidad y el potencial de nuestros países para producir alimentos diversificados y saludables para todas las personas, con base en la agroecología. De igual modo, denunciar y responsabilizar a las empresas productoras y comercializadoras de agrotóxicos, despertando en la sociedad la necesidad de cambiar el modelo agroalimentario que produce comida envenenada, degradación ambiental y pingües ganancias para unos cuantos.
Es urgente empezar a romper el círculo perverso de producción agrícola donde la misma empresa trasnacional, más alguna similar o filial, produce la semilla, el tóxico y hasta la falsa medicina. Y entre todas llevan sus venenos a nuestra mesa.
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*Alfredo Acedo es director de Comunicación Social y asesor de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas.
http://www.argenpress.info/2011/10/los-agrotoxicos-matan.html