Muestra en Londres repasa el arte de la protesta social en el mundo

“¿Dónde están nuestros hijos?” (ca. 1979), arpillera incluida en la exposición, creada por una de las madres cuyos hijos se opusieron al régimen de Augusto Pinochet, en Chile, y fueron torturados y asesinados por ello. Foto: Martin Melaugh
“¿Dónde están nuestros hijos?” (ca. 1979), arpillera incluida en la exposición, creada por una de las madres cuyos hijos se opusieron al régimen de Augusto Pinochet, en Chile, y fueron torturados y asesinados por ello. Foto: Martin Melaugh

“Por mis creencias políticas y afiliación al partido de los Panteras Negras he pasado los últimos 35 años en confinamiento solitario”, escribe Kenny Zulu Whitmore en una carta abierta a los visitantes de Disobedient Objects (Objetos desobedientes), nueva exhibición que acaba de abrir en el Museo Victoria and Albert, en Londres. “La tortura, con otro nombre, sigue siendo tortura.” 

Zoe Pilger, The Independent*

“Por mis creencias políticas y afiliación al partido de los Panteras Negras he pasado los últimos 35 años en confinamiento solitario”, escribe Kenny Zulu Whitmore en una carta abierta a los visitantes de Disobedient Objects (Objetos desobedientes), nueva exhibición que acaba de abrir en el Museo Victoria y Alberto de Londres. “La tortura, con otro nombre, sigue siendo tortura.”

Leer la carta, escrita este año, resulta casi insoportable. Es uno de varios objetos en exhibición relativos a Angola 3, grupo de tres jóvenes prisioneros negros remitidos a confinamiento solitario en 1972, luego de fundar una sección del partido Panteras Negras en la penitenciaría estatal de Luisiana. Ellos deseaban desafiar las brutales condiciones y la segregación racial en esa prisión, conocida también como “Angola” por el nombre de la antigua plantación en la que fue construida.

El caso de Angola 3 es una desgracia, una de las muchas luchas por la justicia representadas en esta rara exhibición, importante y poderosa.

Robert Hillary King fue liberado en 2001, luego de 29 años en confinamiento solitario. Herman Wallace fue liberado el año pasado, luego de 41 años en el mismo tipo de castigo. Albert Woodfox sigue en esa condición, igual que Whitmore, quien no formaba parte del trío original, pero se politizó en prisión. Su carta termina así: “Nunca pierdas la esperanza”.

Se muestra un arete de acero enchapado en cromo, hecho en 2008 por otro prisionero a solicitud de Wallace. Es elegante, estilizado, y decorado con letras de bello trazo. Pero dice: “Fuck the Law” (A la chingada la ley). También hay un poema de Wallace, escrito el año pasado: “Mientras más alzo la voz, más hondo me entierran”.

Curada por Catherine Flood y Gavin Grindon, esta exhibición es una de las mejores que he visto este año. Se refiere a los objetos que han tomado parte en el cambio social y continúan haciéndolo: desde una taza de té de las sufragistas británicas hasta muñecas enmascaradas Trini hechas por el movimiento zapatista en Chiapas, brazaletes anti-apartheid y máscaras de gorila que porta el grupo de arte-activistas Guerrilla Girls como parte de sus protestas contra el número escandalosamente bajo de mujeres artistas representadas en las principales galerías de Estados Unidos.

Lejos de un retorno nostálgico a la edad dorada de la rebelión de los 60, este es un llamado a resistir a la autoridad ahora mismo. Un mapa de visualización de datos elaborado por John Bieler muestra que, de hecho, el número de movimientos sociales se ha elevado y extendido por todo el planeta de 1979 a la fecha. La exhibición se enfoca en los 30 años pasados e incluye muchos objetos asociados con el reciente movimiento Ocupa.

Hay billetes de banco británicos estampados con estadísticas: en 2011, uno por ciento de la población del Reino Unido ganó 922 mil 433 libras, mientras el 90 por ciento obtuvo 12 mil 933. La práctica ilegal de estampar mensajes subversivos en los billetes como forma de infiltrarse de manera subrepticia en la corriente sanguínea de una nación fue usada también en Birmania, donde el rostro de Aung San Suu Kyi fue pintado sutilmente en billetes oficiales después de que fue electa democráticamente y luego puesta en arraigo domiciliario, en 1990.

La habilidad de los curadores ha consistido en conjuntar objetos de movimientos dispares para relatar una historia coherente de la lucha por los derechos humanos básicos. En ningún momento la historia parece dogmática, crítica que a menudo se dirige al arte activista. Más bien es un agradable antídoto contra la complacencia del mundo del arte, que tan a menudo deriva su valor de mantenerse aislado de la sociedad. Este es arte de personas que tienen muchas cosas en juego: es transgresor en el sentido más real.

Esto es muy evidente en la gama de hermosas arpilleras chilenas, con mensajes políticos ocultos, bordadas por madres de “desaparecidos” después del derrocamiento del gobierno democráticamente electo de Salvador Allende en 1973. El golpe militar tuvo el respaldo de Washington, que deseaba convertir a Chile en un laboratorio de las ideas neoliberales extremistas de Milton Friedman. El entonces presidente Richard Nixon dio instrucciones a la CIA de “hacer gritar la economía”.

Chile, presente

Es doloroso contemplar ¿Donde están nuestros hijos? (ca. 1979). La artista anónima fue una de las muchas madres cuyos hijos se opusieron al régimen de Augusto Pinochet y fueron torturados y asesinados por ello. La arpillera está hecha de telas de colores exuberantes, cosidas a lo que parece ser un costal de harina reciclado, y relata una historia de terrible sufrimiento. Tres palomas blancas, símbolos de paz, caen desde un cielo azul brillante. En el centro hay algo que parece manos o pies atados. Abajo, una madre arrodillada, llorando. A cada lado hay dos ojos negros bien abiertos, de diabólicas pupilas rojas y tiesas pestañas: observan.

Las arpilleras fueron despreciadas como mera artesanía y por eso evadieron la censura del régimen durante cierto tiempo. Proporcionaron a las mujeres ingresos que mucho necesitaban, así como una forma de expresar su dolor.

El reverso de la arpillera está visible también. Hay un bolsillo secreto de color rosa, que contiene una nota escrita a mano: “Esto representa a nuestros hijos… bajo vigilancia de la DINA (la policía secreta)”.

Mientras la actual exposición de artesanía británica evita cortésmente el tema del conflicto de clases y parece más bien un alegre festival campestre, esta exhibición presenta con fuerza y claridad lo subversivo que puede ser el arte folclórico.

Es arte hecho por personas excluidas de la alta cultura elitista, a menudo con escasos recursos, bajo condiciones de dureza. En palabras de los curadores, es un arte que se propone desafiar el designio de las autoridades. El sonido de los tambores y cantos de protesta puede escucharse en toda la exhibición, lo cual se añade a la tonificante sensación de la posibilidad, pese a la gran tragedia documentada.

El humor surrealista y el absurdo han sido usados a menudo como medios de protesta. Hay grabaciones de la televisión estadunidense de la Organización por la Liberación de Barbie, en 1993, en la que una Barbie rebelde declara ante la cámara: “Somos un grupo internacional de juguetes infantiles que nos rebelamos contra las compañías que nos fabricaron”. En realidad, la organización fue creada por “un grupo de padres preocupados” que protestaban contra los estereotipos de género en los juguetes. Cambiaban las cajas de voz de las Barbies por las de los muñecos G.I. Joe (un soldado) y las devolvían a las tiendas.

Jessica, de 10 años de edad, de Albany, Nueva York, es entrevistada y describe cómo al abrir su nueva Barbie y escucharla decir frases violentas relativas a la guerra, en vez de “¡Quiero ir de compras!”, no se sintió perturbada, sino que le pareció “hilarante”.

Se hacen conexiones con todo el planeta. Una fotografía de la huelga general en Barcelona, en 2012, muestra piedras gigantes inflables que se arrojaban a la policía; su tamaño es compensado por su ligereza. También hay una foto de un muchacho palestino de la segunda intifada, en 2000, que arroja una piedra a camiones militares. Se muestra una honda palestina, hecha de la lengüeta de un zapato de niño, sucia y devastadora.

Los curadores escriben: “La desobediencia pacífica sólo funciona cuando los manifestantes tienen visibilidad cultural y el gobierno reconoce su derecho a protestar. Sin eso, las luchas por la libertad llegan a veces a cobrar otras formas”.

Se proporcionan folletos con instrucciones para fabricar una máscara antigás y un “libroescudo”: un rectángulo grande de cartón pintado con la portada de un libro famoso. Se muestra un escudo basado en la edición Penguin de 1962 de Matar un ruiseñor, de Harper Lee, usado por manifestantes contra el cierre de bibliotecas públicas en Nueva York, este año. Si la policía impactaba en los escudos, parecía un ataque literal contra el aprendizaje mismo. El cierre de la biblioteca de Mid-Manhattan fue cancelado en mayo, y los libroescudos fueron mencionados como factor clave.

En la novela de Lee, Atticus Finch es un abogado blanco que defiende a un hombre negro injustamente acusado de violación en el racista Sur Profundo estadunidense. Aparece impresa una cita de Finch, que resuena con el espíritu de esta maravillosa exposición: “Es cuando uno sabe que está frito antes de empezar, pero empieza de todos modos”.

Disobedient Objects estará abierta en el Museo Victoria y Alberto de Londres hasta el primero de febrero de 2015.

*Traducción: Jorge Anaya

Enviada para Combate Racismo Ambiental por Lara Schneider.

 

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