El doctor Julio María Sanguinetti, político de larga trayectoria, dos veces presidente de la República, hombre culto, periodista, escritor, pintor y coleccionista de arte, columnista de la agencia efe y de El País de Madrid, entre otras actividades públicas, es una figura notoria dentro y fuera de fronteras. Su faceta de hombre letrado, de pensador humanista, de político de ideas liberales y democráticas, de heredero y continuador de la tradición colorada y batllista, alterna, sin embargo, con otra faceta, una dimensión de su personalidad oscura y ligeramente siniestra, aunque no por ello menos pública que la anterior.
La existencia de otro Sanguinetti, álter ego inquietante del primero, mucho menos liberal, mucho menos sensible y mucho menos humanista que su contraparte culta, refinada y tolerante, no es algo que vaya a ser revelado –como si fuera una novedad que no es– a través de la lectura de este libro, pero sí es algo que se hace evidente en varias de sus páginas.
UNA OBRA DE TESIS. Este volumen, que fue presentado la semana pasada en el hotel Radisson por los ex presidentes Luis Alberto Lacalle y Jorge Batlle, e indirectamente (a través de una misiva) por el vicepresidente Danilo Astori, viene a completar el relato de los hechos de nuestra historia reciente que el autor iniciara con La agonía de una democracia. Proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay (1963-1973), un libro publicado en 2008 por la misma editorial.
Sanguinetti considera, así lo ha dicho en varias oportunidades, que los historiadores profesionales uruguayos se han dedicado a hacer política, a distorsionar el pasado (sobre todo el pasado reciente) con objetivos partidistas, de modo que los políticos se han visto obligados a incursionar en la historia y a ofrecer un relato riguroso y no distorsionado de los hechos. El objetivo de esta obra (los dos tomos) es, pues, ofrecer un relato riguroso del pasado reciente uruguayo. “Que se conozcan los hechos y que los hechos hablen por sí mismos”, dijo el autor en la presentación del libro.
El problema es que los hechos rara vez hablan por sí mismos y, cuando lo hacen, dicen muy poco. En los relatos históricos los hechos “hablan” porque son interpretados; hablan porque se los hace hablar. A pesar de lo que diga el autor, los libros de Sanguinetti no son una excepción en ese sentido. Es verdad que, para manipular el pasado o por simple ceguera, los hechos pueden ser ocultados o distorsionados, incluso hasta grados absurdos. Pero los libros de Sanguinetti tampoco son una excepción en este sentido.
Sanguinetti escribe “con intención de verdad”, dice citando al filósofo francés Paul Ricoeur, pero también lo hace con intención de defender una tesis: que el país perdió el rumbo democrático como consecuencia de la acción desestabilizadora de la izquierda y que volvió a encontrarlo gracias a la acción de los partidos tradicionales. De la primera parte (de la pérdida de la democracia por la acción de la izquierda) trata el primer volumen, y de la segunda (de la recuperación de la democracia a pesar de la izquierda y de sus acciones irresponsables y revanchistas) trata el segundo. Es verdad que en esta segunda parte el líder histórico del Frente Amplio, el general Liber Seregni, es alineado con los buenos, pero ello es más bien a título individual.
En el relato de Sanguinetti los partidos tradicionales, los partidos que forjaron la nación, pese a haberse equivocado aquí o allá, estuvieron siempre en la primera línea de defensa de las instituciones democráticas. Resistieron cuanto pudieron durante la crisis y luego fueron artífices de la reconquista democrática. La izquierda, en cambio, puede haber tenido aciertos (como participar del pacto del Club Naval), pero, en líneas generales, siempre transitó el camino de la desestabilización y de la inmadurez.
En fin, nada que resulte sorprendente. Es una versión del pasado que hace hincapié en algunos hechos, al tiempo que otros pasan a un segundo plano. La resistencia de la izquierda a la dictadura, por ejemplo, ya no sólo no es heroica (como ocurre en los libros testimoniales escritos por militantes), sino que es directamente inexistente. No se habla de ella. No es ciertamente una versión equilibrada de la historia, como el autor pretende, pero hasta cierto punto era inevitable que ese desbalance se produjera. Sucede con todos los relatos históricos y más aun cuando están en juego hechos tan cercanos, tan dolorosos y (en algunos casos) tan poco documentados. No es en la tónica general del relato donde aparece la mano del segundo Sanguinetti, su álter ego oscuro e inquietante, sino en varios pasajes puntuales.
LAS BAJEZAS. Además del problema que suponía llevar ante la justicia a los responsables y ejecutores de las políticas represivas de la dictadura –un problema que se le presenta a toda democracia recién recuperada–, el gobierno legítimo que se instalara el 1 de marzo de 1985, cualquiera fuera su orientación, tenía que lidiar con una consecuencia terrible de las características específicas que tuvo la represión en el Río de la Plata: la existencia de personas desaparecidas, algunos de ellos niños. Es en el tratamiento de este tema sensible, y en general en el tratamiento de todos los temas que tienen que ver con la violación de derechos humanos durante la dictadura, que el álter ego monstruoso de Sanguinetti toma las riendas del relato.
El libro presenta (en forma muy breve) dos casos de niños desaparecidos y su resolución; no los únicos, ciertamente, pero quizás sí los más emblemáticos: Mariana Zaffaroni y Simón Riquelo. Esto es lo que dice del último de ellos: “El otro caso era el del hijo de Sara Méndez y Gerardo Gatti (sic), también dirigentes del PVP, detenidos en el siniestro establecimiento de Orletti, en Buenos Aires, del que pocos salieron con vida. Allí había desaparecido Gatti, en tanto que Sara Méndez fue traída a Montevideo con un grupo de uruguayos que fueron reclamados por el teniente coronel Gavazzo y liberados más tarde en Montevideo. Sara Méndez insistía en que su hijo era un joven llamado Gerardo Vázquez, adoptado legalmente por sus padres, que vivía en Montevideo. El joven se negó durante años a realizarse la prueba de adn y cuando finalmente la realizó, luego de que el entonces presidente Batlle lo convenciera para ello, se comprobó que no era el muchacho buscado. Durante ese lapso, tanto él como su familia adoptiva vivieron un brutal acoso psicológico por la persecución de Sara Méndez. Finalmente, en 2002, apareció en Argentina el verdadero Simón”.
Gerardo Gatti fue un histórico militante anarquista (posteriormente del PVP), dirigente del sindicato gráfico y fundador de la CNT, secuestrado en Buenos Aires el 9 de junio 1976 y desaparecido desde entonces. Pero Gerardo Gatti no es el padre de Simón Riquelo. El padre es su hermano menor Mauricio, que, por razones fortuitas, no estaba en su casa cuando su hijo fue secuestrado, logró escapar al cerco represivo en Argentina y se exilió en Europa. Mauricio Gatti retornó al país con la democracia y vivió en Uruguay hasta su fallecimiento, el 11 de abril de 1991.
Sanguinetti confunde a los hermanos Gatti. Nadie que escribe un libro de este porte, 529 páginas de minucioso repaso de hechos históricos, está a salvo de cometer un error. Le podría pasar a cualquiera. El problema no es ese. El problema es el conjunto del relato en el cual ese error está inserto. Así como no es verdad que Gerardo Gatti sea el padre de Simón Riquelo, tampoco es verdad que Sara Méndez, tras su secuestro en Buenos Aires, haya sido liberada en Montevideo, como dice el libro. En este caso, sin embargo, no se trata de un mero error, sino de algo más feo.
Sara Méndez fue secuestrada el 13 de julio de 1976 en Buenos Aires, en un operativo comandado en forma conjunta por el oficial del Ejército uruguayo José Nino Gavazzo y el paramilitar argentino Aníbal Gordon, cuya base de operaciones era el centro clandestino de reclusión conocido como Automotores Orletti. Sara Méndez formó parte de un contingente de más de veinte militantes del PVP que fueron trasladados a Montevideo en forma clandestina, recluidos primero en una casa del barrio Punta Gorda que se usaba como centro de detención de prisioneros políticos y después en la propia sede del Servicio de Información y Defensa (sid) en la calle Bulevar Artigas. Lejos de ser liberados, como dice Sanguinetti, fueron retenidos y sometidos a las torturas de rigor. Su suerte fue debatida entre los propios militares y finalmente se les ofreció una opción para salvar sus vidas. A cambio de su cooperación en una farsa montada para fingir un operativo de invasión al país desde Argentina, los prisioneros serían blanqueados y procesados por la justicia militar. Tal cosa se hizo, la farsa se montó, la prensa se hizo eco de ella y los trasladados fueron procesados y condenados por la justicia militar. Sara Méndez fue recluida en el penal de Punta de Rieles y recuperó la libertad en 1981.
Para tratarse de una obra en la que Sanguinetti pretende dejar que “los hechos hablen por sí mismos”, hay que decir que la presentación de estos hechos deja bastante que desear. Pero eso no es todo. Lo peor es lo que sigue. Después de ser liberada, Sara Méndez empezó a buscar a su hijo, del cual no tenía noticias desde 1976. Tras la restauración democrática surgió una pista que a la postre se reveló falsa; la pista que Sanguinetti señala. Sara Méndez y Mauricio Gatti contactaron a los padres del niño que pensaban podía ser Simón. Ninguna de las primeras instancias de negociación fue pública, pero la negativa de los padres –y posteriormente del propio joven, cuando ya fue mayor– a habilitar los estudios que pudieran confirmar su identidad hizo que el tema terminara en la justicia. Inevitablemente, el asunto tomó estado público. Es indudable que todo el episodio fue muy doloroso y quizás haya habido presiones indebidas sobre la familia del chico que se creía era Simón, pero describir este hecho en los términos en que lo hace Sanguinetti es simplemente canallesco. Decir que Sara Mendez “persiguió” a esa familia es un abuso, y no meramente un abuso de lenguaje.
Por otra parte, si la familia del chico no aceptaba los estudios por no tener garantías suficientes (como era el caso), el propio Sanguinetti se las podría haber ofrecido. Tuvo dos oportunidades para hacerlo. Si durante su primera presidencia el tema todavía era objeto de negociaciones en la órbita privada, es innegable que durante su segunda presidencia ya era un tema público. No era tan difícil. A Jorge Batlle le bastó una entrevista con el muchacho para solucionar el problema. El entonces presidente Sanguinetti, el liberal, el humanista, el demócrata ejemplar, el columnista de El País de Madrid, no hubiera tenido mayores dificultades para hacer, antes, lo mismo que hizo su sucesor unas pocas semanas después de recibir la banda presidencial de sus propias manos.
Si no fuera porque no es algo nuevo, podría llamar la atención la dureza de lenguaje con que el ex presidente Sanguinetti, devenido historiador, habla de las conductas de Sara Méndez, una mujer a la que le arrebataron a su hijo veinte días después de nacido y lo mantuvieron un cuarto de siglo desaparecido; dureza de lenguaje que contrasta de forma notable con la falta de epítetos de igual contundencia para caracterizar las conductas de aquellos que no sólo perpetraron el secuestro, sino que permanecieron durante todos esos años en el más absoluto silencio, permitiendo que se siguiera en vano una pista falsa. Para los que mantuvieron en secreto el destino de Simón y todavía hoy mantienen en secreto el destino de la mayoría de los desaparecidos, Sanguinetti no tiene palabras duras en su libro. Para las madres y los familiares que buscaron y que todavía buscan a sus seres queridos, sí. De ellos dice que alimentan rencores, que acosaron brutalmente, que persiguieron, que echaron leña a la hoguera, que caldearon los ánimos, etcétera.
Dicen que se avecina un invierno gélido. Por tan sólo 380 pesos editorial Taurus, del grupo Alfaguara, le proporciona este libro del ex presidente Sanguinetti sobre la transición democrática, que lo mantendrá caliente durante varios meses.
* Julio María Sanguinetti, La reconquista. Proceso de la restauración democrática en Uruguay (1980-1990), editorial Taurus, Montevideo, 2012.
http://www.brecha.com.uy/inicio/item/10259. Enviada por Maria Eugenia Bertiz.