Por Jordi Borja*, en Público.es
Los veteranos rockeros de las izquierdas de los años 60 y 70 recordarán algunas viejas consignas revolucionarias que ahora suenan prehistóricas. Una de ellas era “el campo rodea la ciudad”. En unos casos fue una estrategia política muy real y exitosa, por lo menos inicialmente: China, Cuba, Vietnam… En América Latina el cansancio histórico producido por la alternancia en el poder de oligarquías conservadoras y gobiernos militares, juntos o separados pero siempre autoritarios y excluyentes, radicalizó a sectores de la izquierda revolucionaria. Se intentó seguir el atajo mediante la guerra de movimientos. La vía armada o guerrillera fue casi siempre derrotada en los países grandes pero no en los centroamericanos. De una forma u otra, con fracasos o mediante pactos se activaron procesos democratizadores. Se pasó al otro extremo, la izquierda idealizó la democracia liberal, las urnas como único camino y la sumisión a un Estado de derecho que no garantizaba ni mucho menos los derechos de las mayorías populares.
En Europa la consigna solo podía considerarse metafóricamente, se trataba de rodear los aparatos centrales del Estado desde la “sociedad civil” y desde los gobiernos locales. La “guerra (pacífica y democrática) de posiciones” según Gramsci y reinterpretada por el PCI. O, con menos arraigo social, por la “deuxième gauche” francesa que lideró Rocard.[1] Sin embargo, sea por impaciencia sea, sobre todo, por comodidad las izquierdas políticas se instalaron en las instituciones y en los partidos sin otro objetivo que participar en las elecciones, se fueron “cretinizando” en los parlamentos y esperaron que algún día llegarían a los gobiernos. Así fue y entonces y ahora descubrieron que a los poderes fácticos conservadores no se les imponen los cambios solo ni principalmente con leyes y decretos. Y se adaptaron, se conformaron a promover pequeñas reformas que eran fácilmente absorbidas por el sistema y convirtieron la alternativa en alternancia. No basta con ocupar las instituciones. Es necesario que exista previamente una sociedad política activa que empuje e irrumpa en las instituciones. Y parece que la única vía es empezar por las ciudades. Rodear el Estado a partir de las ciudades.
También en América Latina las izquierdas han llegado al poder político por la vía electoral pero apenas pudieron desarrollar programas avanzados tanto por la presión externa como por las reacciones internas. En unos casos fueron desplazados por la fuerza militar (Chile ’73, por ejemplo). En otros redujeron a mínimos sus objetivos transformadores, sin menospreciar los cambios: derechos civiles, libertades públicas, reducción de la pobreza, algunas políticas sociales. Pero sin intervenir en los procesos de acumulación de capital. Y si los beneficios del capital corren el riesgo de bajar entonces deben aplicar las medidas que les imponen los poderes económicos. Así ha ocurrido en Brasil, Argentina, Perú. Bolivia y Ecuador viven procesos redemocratizadores interesantes y los gobiernos se apoyan en una sociedad movilizada pero tampoco han podido domesticar a las fuerzas económicas internas y externas. Aquí basta tampoco tener el gobierno central. (mais…)
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