Servindi, 26 de octubre, 2013.- El antropólogo colombiano Efraín Jaramillo Jaramillo sostuvo que la estupidez – definida como ausencia de toda curiosidad y de toda sensibilidad- permite “que convivamos con pequeños infiernos, esparcidos por todo el país”.
Esta callosa “frialdad e indiferencia” frente a las contingencias sociales posibilita “que los sujetos interioricen los imperativos sociales, manteniendo bajo control sus afectos”.
“El alto nivel de renuncia y sacrificio que han tenido que interiorizar los milicianos (guerrilleros o paramilitares) para adaptarse a las actuales condiciones de recrudecimiento del conflicto armado interno (…) lleva a que se transformen en atroces sádicos, dedicados a cometer actos perversos contra la vida y dignidad de pueblos campesinos, negros e indígenas en los últimos años” observa Jaramillo.
“¿Será que esos jóvenes que fueron reclutados contra su voluntad, la nostalgia de su vida familiar y el amor que un día recibieron ya no los gratifican? ¿Será que esos recuerdos se vuelven intolerables y optan por ello aplicarse en la crueldad?” se pregunta el autor. A continuación el artículo completo:
La estupidez, mal común y tragedia de nuestro tiempo
Por Efraín Jaramillo Jaramillo*
¡Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Cambalache
Una ya clásica obra de teatro de Peter Handke, publicada por la editorial Suhrkamp en 1973, lleva como título “Los estúpidos se extinguen” (“Die Unvernünftigen sterben aus”). Pero contrario a lo que podría deducirse de este enunciado que despierta optimismo y renueva la confianza en el género humano, los insensatos aumentan por estos días en Colombia, cuantía que va en crescendo, mientras el número de los que se valen de la razón, va en descenso. Eso es lo que se puede colegir de la atmósfera política del país en este año que termina. No obstante la estupidez, como el cáncer, tienen síntomas similares: se piensa que sólo le sucede a los otros, que está por fuera de nosotros.
Con una analogía genial, los filósofos alemanes fundadores de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno y Max Horkheimer ofrecen una reflexión crítica sobre la inteligencia y la estupidez (1):
El “símbolo de la inteligencia” se asemeja a las antenas del caracol, que son su “vista táctil”. Ellas se retraen inmediatamente ante un obstáculo (peligro), para ocultarse en el “caparazón protector de su cuerpo”. Allí permanecen por un intervalo de tiempo, para después aventurarse a salir de nuevo con extrema cautela. Si no encuentra ningún peligro externo y el terreno lo favorece, el caracol avanza con sus antenas desplegadas, ampliando así su mundo. Pero “si el peligro está aún presente”, las antenas vuelven a retraerse. Ante la permanencia del peligro, los intervalos entre salidas y retracciones de las antenas se vuelven cada vez más largos.
La vida de la inteligencia –la “vida espiritual”- se expresa de forma similar: “es en sus orígenes infinitamente frágil y delicada” y así como la sensibilidad del caracol se halla confiada a un músculo, y los músculos se debilitan y terminan atrofiándose cuando se estrecha el margen de movimiento del caracol, así mismo el cuerpo humano puede quedar paralizado por una lesión física, y la vida espiritual, la inteligencia, puede atrofiarse por circunstancias adversas del mundo exterior, que para el caso que ocupó a estos filósofos, era el terror del régimen nazi.
La estupidez, siguiendo con esta analogía que nos plantean Adorno y Horkheimer, podemos entenderla como la parálisis de la vida espiritual, como una cicatriz: “un punto en que la inteligencia –esa curiosidad que, en un cuerpo a cuerpo con el mundo, ensancha la experiencia posible– ha sido impedida por el terror, y en su exacto lugar ha crecido una callosidad del sentir, un miedo ignorado que aprieta los límites del mundo”(2).
La estupidez definida entonces como ausencia de toda curiosidad y de toda sensibilidad, como una callosidad que impide una ampliación del mundo. Una manifestación esa callosidad es la ‘frialdad e indiferencia’ frente a las contingencias sociales. Frialdad e indiferencia que posibilitan que los sujetos interioricen los imperativos sociales, manteniendo bajo control sus afectos.
Frialdad e indiferencia que han hecho posible que convivamos con pequeños infiernos, esparcidos por todo el país, desde los Andes hasta el Amazonas; desde las llanuras del caribe hasta las llanuras orientales; desde el desierto de la Guajira hasta las selvas del Pacífico. De ese tamaño es nuestra estupidez.
Una estupidez de la cual pensamos que podemos emanciparnos con una firma en la Habana. El punto es si es posible (y cómo), restablecerse de esa callosidad que ha endurecido el sentir, motivando la frialdad y a la indiferencia, que son funciones del principio de realidad.
Dicho en otras palabras: El alto nivel de renuncia y sacrificio que han tenido que interiorizar los milicianos (guerrilleros o paramilitares, da igual) para adaptarse a las actuales condiciones de recrudecimiento del conflicto armado interno colombiano, donde además de ser rechazados por significativos segmentos de la población colombiana, están arriesgando sus vidas en cualquier recodo de la selva, lleva a que se transformen en atroces sádicos, dedicados a cometer actos perversos contra la vida y dignidad de pueblos campesinos, negros e indígenas en los últimos años. ¿Será que esos jóvenes que fueron reclutados contra su voluntad, la nostalgia de su vida familiar y el amor que un día recibieron ya no los gratifican? ¿Será que esos recuerdos se vuelven intolerables y optan por ello aplicarse en la crueldad?
“Dale nomás, dale que va,
que allá en el horno nos vamos a encontrar.
No pienses más y hacete a un lao,
que a nadie le importa si naciste honrao”
Río Yurumanguí, octubre 26 de 2013
(2) Cristián Sucksdorf: “Acerca de la estupidez”.
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*Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico que se creó a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga fue dado a este colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.