Aplastados por los gobiernos brasileños en la carrera para el Mundial de Fútbol y las Olimpiadas, indígenas que ocupaban la Aldea Maracanã resisten y luchan para no ser convertidos en mero acervo de museos
Bárbara Araújo* y Renato Silva** – Desinformémonos
Río de Janeiro, Brasil. La brutalidad policial observada en el desalojo de la ocupación del antiguo Museo del Indio de Río de Janeiro, que pasó a ser conocido como Aldea Maracanã, está a un toque de la tecla de “mudo o silencio” de los controles remotos. Las imágenes divulgadas por los grandes medios el último 22 de marzo mostraron un numeroso escuadrón de granaderos lanzando las llamadas “bombas de efecto moral”, utilizando gas de pimienta y agrediendo a indígenas, manifestantes, parlamentarios y niños. El audio de la tele, hoy reactivado, nos muestra un escenario distinto. Su principal foco es la perturbación de la normalidad del tráfico en los alrededores; los periodistas narran con tranquilidad y mucha naturalidad la ocurrencia de una “confrontación” entre manifestantes y la policía por la construcción de un museo olímpico en lugar del edificio histórico.
En oposición al discurso de los grandes medios, lo que pasó en la Aldea Maracanã no fue una “confrontación”. Fue una masacre. Cuerpos humanos, indígenas y no indígenas, contra la agresividad del escuadrón de granaderos – el brazo armado de los gobiernos municipal, estatal y federal, servidores de los intereses corporativos internacionales ávidos por las posibilidades de ganancias que representan los mega-eventos que Brasil próximamente hospedará.
El desenlace de la lucha en el fin de semana
Parte de los indígenas de la Aldea fue llevada a un alojamiento “provisional” (la propuesta del gobierno es que el espacio funcione como un abrigo mientras un “centro de referencia de cultura indígena” sea construido, en un plazo de un año y medio). El alojamiento se trata, de hecho, de algunos grandes contenedores, que amanecieron completamente inundados el domingo 24 de marzo, dos días después del desalojo.
Los demás indígenas decidieron seguir con la resistencia y ocuparon pacíficamente el actual Museo del Indio, en el barrio de Botafogo, el sábado 23 de marzo. La ocupación duró poco, y en la madrugada del domingo los granaderos de la policía militar cercaron el edificio y cerraron la calle, impidiendo a la prensa y apoyadores que se acercaran al lugar. Se llegó a expedir una orden de prisión en contra de los ocupantes, pero tras negociaciones, fueron llevados para la sede de la Justicia Federal para la realización de una audiencia pública. El juez solicitó la presencia en la audiencia de un representante de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) y convocó una representación del gobierno del estado, que no envió a nadie. Ante la interpretación de que ni la FUNAI ni el estado tenían propuestas razonables para solucionar el problema, el juez determinó que una comisión de indígenas fuera con él a la Aldea para evaluar la posibilidad de ocupación del edificio desactivado de Lanagro (Laboratorio Nacional de Agropecuaria), que compone el Complejo Maracanã. El edificio, ya destruido en su interior por cuenta de las obras del Mundial de Fútbol, fue evaluado como “sin condiciones de habitación” por el juez. Los indígenas insistieron en la reivindicación por ocupar territorio indígena, con la sugerencia de ocupar los alrededores del nuevo Museo del Indio, donde se podrían instalar en un hangar. Pero la representación de FUNAI, mostró una lamentable paradoja, negando el espacio del museo a los indígenas, alegando que ellos son un peligro para el acervo. El caso sigue sin acuerdo entre las partes y, por lo tanto, sin un final.
El antiguo y el nuevo museo del indio
Aunque parte de la opinión pública dio eco a percepciones superficiales y etnocéntricas del caso de la Aldea Maracanã, quitando legitimidad a los indígenas porque no encajan en el estereotipo del “buen salvaje” que vive en los bosques, y clasificando a sus apoyadores como alborotadores y vagos, la violencia del desalojo causó revuelta y perplejidad en mucha gente. Es posible, aún así, que persista la duda: ¿cuál es la importancia de ocupar el terreno del antiguo Museo del Indio?
Construido hace 147 años, el edificio dio abrigo a la sede del Servicio de Protección al Indio (SPI), antecesor de la FUNAI, dirigido por el Mariscal Rondon. En 1953, el edificio se transformó en el Museo del Indio, establecido por el antropólogo Darcy Ribeiro en conjunto con indígenas. El museo de Botafogo, como queda claro en la actitud de la FUNAI de separar indígenas y acervo como cosas que vienen de mundos distintos y hasta opuestos, presenta una concepción de conservación de una cultura indígena inanimada y folklórica. En el caso del antiguo museo, se les reconoció a los indígenas su autonomía y dignidad, y se concibió su cultura como parte fundamental del presente – no algo encarcelado en el pasado.
Durante años, el terreno del antiguo museo estuvo abandonado, pero en el 2006 el espacio ganó nueva vida. Con la progresiva ocupación de indígenas de las más diversas etnias y provenientes de distintos lugares del país, el lugar se tornó un espacio de intercambio, enseñanza y refugio. Es interesante recordar que la ocupación no se trató solamente de un movimiento cultural, sino de una necesidad de vivienda en muchos casos, por la sistemática expulsión de los indígenas de sus territorios por poceros, madereras, hidroeléctricas y por el tristemente célebre agronegocio.
En el último año, la Aldea intensificó su contacto con la sociedad civil. Mantuvo sus puertas abiertas para los que quisieran aprender sobre las distintas culturas que se encontraban ahí. Hubo visitas de escuelas, oficinas de pintura, de artesanía, se realizaron matrimonios indígenas. Estuvo presente la cultura indígena; y se veía conocimiento en la práctica, producido y compartido.
El museo no sólo era vivo, también hacía patente que las cuestiones indígenas no se limitan al pasado, y que son absolutamente actuales.
El mensaje de la Aldea es claro: hay cosas que no se negocian, que no se venden. Todos deben tener derecho a la memoria, cultura, identidad y a la preservación de sí mismos y de su autonomía. La transformación de estos bienes en mercancías es inaceptable. La Aldea era una alternativa, una forma de resistencia contra el actual funcionamiento de la ciudad y del estado de Rio de Janeiro. Y, por eso, era considerada inaceptable por la actual gestión gubernamental. Por eso también, a pesar de las alternativas propuestas, como hacer del edificio patrimonio histórico, a pesar de las declaraciones de expertos de distintas áreas en relación a la importancia de la manutención del edificio, del pronunciamiento de la misma FIFA, aclarando que nunca exigió su demolición y a pesar de la movilización de la sociedad civil, la orden del gobierno fue la de su destrucción. Sin embargo, a pesar de todo, el espíritu de la Aldea sigue vivo, la lucha sigue, la Aldea Maracanã resiste.
*Profesora de historia, feminista, anticapitalista, capoeirista, flamenguista y poeta de temporada.
**Profesor de historia y hace PhD en la Universidad de Leicester.
Este texto fue construido con la ayuda de testimonios de apoyadores del movimiento de la Aldea Maracanã. Originalmente publicado en portugués, en el blog colectivo Blogueiras Feministas. Traducción: Brisa Araujo