Pablo Stefanoni
Sin duda, el conflicto del TIPNIS tiene varios pliegues, constituyendo un verdadero embrollo en términos ideológicos. Quizás los conflictos más difíciles de resolver son los que no pueden trazar una línea nítida entre buenos y malos, justos y pecadores, consecuentes y traidores. Y eso ocurre en el caso del TIPNIS, donde parece haber argumentos “razonables” distribuidos a ambos lados en la discusión sobre la carretera. Veamos dos ejes de los apasionados contrapuntos:
¿Quiénes son los proimperialistas?Por ejemplo, para quienes firmaron el manifiesto por la reconducción del proceso de cambio, la carretera es sólo una pata del proyecto del IIRSA para profundizar la matriz extractivista, en favor del subimperialismo brasileño y del imperialismo en general. “Igualmente contradictorio es el hecho de que estos gobiernos (progresistas), supeditados por los intereses geopolíticos transnacionales, de las viejas y nuevas hegemonías como China y Brasil, continúen desarrollando proyectos de integración al mercado mundial impulsados por las fuerzas de dominación del sistema-mundo capitalista, como son aquellos diseñados por la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA)”, escribe el ex ministro de Hidrocarburos y ex presidente de la Asamblea Constituyente ecuatoriana Alberto Acosta (La maldición de la violencia. Extractivismo al desnudo). La ruta servirá para reforzar el modelo de acumulación por desposesión que analizó David Harvey. Es decir, la carretera sería proimperialista.
Entretanto, el ex ministro de Hidrocarburos Andrés Soliz Rada puede argumentar exactamente lo contrario (y en parte también el Gobierno, como García Linera en el libro El ONGismo, enfermedad infantil del derechismo): que el proimperialismo está del lado de quienes se oponen a la ruta.
“Entre el 9 y el 14 de julio pasados, la Embajada de EEUU en La Paz auspició conferencias de los académicos Lindsay Robertson, Stephen Greetham y Amanda Cobb. Greetham dijo que en su país ‘las tribus son dueñas de los recursos naturales que están sobre la tierra y debajo de ella’. Robertson añadió que ‘donde hay gas, su propiedad es de los pueblos indígenas y no de toda la población’. Lo que no dijeron es que los recursos naturales, una vez en manos aborígenes, son transferidos a las transnacionales, a cambio de poder y dinero, que los han corrompido hasta la médula” -escribió Soliz Rada. El vicepresidente García Linera ya había acusado a los indígenas del norte paceño de contratar un bufete de abogados en Bruselas para frenar la explotación petrolera en esa región amazónica. Soliz señala además que Bolivia sería el primer país de Sudamérica en el que las ONG controlan el poder (ver columna: “Avance decisivo de las ONG en la captura del poder”). Desde el ecosocialismo, el austrialiano Federico Fuentes argumenta los riesgos de caer en manos del “imperialismo verde” (ONGs equivocadas respecto a Morales y la Amazonía).
¿Desarrollo, “no desarrollo” o desarrollo para quién? Ahora todos somos ecologistasOtra de las características del conflicto es el nivel de oportunismo desmesurado que se coló estos días. La derecha pasó de la noche a la mañana a mostrar una sensibilidad por la Madre Tierra y por los hermanos indígenas del estilo y la magnitud del ateo que de la noche a la mañana descubre una fe, sólo que en ese caso no llega ni al estatus de conversión sin fe, y es sólo una pobre actuación teatral.
Yo creo que si se discutiera en Bolivia con honestidad intelectual y sin excesos de retórica ni de romanticismos qué modelo de país quiere la mayoría popular sería un gran avance. La frase de Evo “Para los que tienen todo, es sencillo decir que no haya desarrollo. Deberían ir a ver la forma cómo viven los pobladores del TIPNIS” podría ser un buen punto para comenzar la discusión ya que pone el dedo en la llaga.
¿Queremos desarrollo? ¿A qué nos referimos con ese término? ¿A un “gran salto industrial” o a un estado de bienestar a pequeña escala siguiendo pautas de la vida indígena/campesina? ¿Qué querríamos y que no querríamos de la modernidad? En definitiva: ¿cómo entiende el “vivir bien” la mayoría de los bolivianos? Hoy para unos es tener una carretera mientras que para otros es frenarla -¡y todos votan por Evo! ¿Cómo combinar ideas emancipadoras con cambios en las condiciones de vida materiales?
Finalmente es necesario salir de la histeria (ni el Gobierno es masacrador, como escribieron algunos en sus carteles de protesta -pese a que hay que condenar la represión sin ambigüedades- ni los indígenas son agentes de la CIA aunque sus dirigentes deberán explicar sus llamados a “la Embajada”, si es que existieron).
Desde ambos “bandos” se necesita profundizar los análisis, mostrar estudios, datos y encuestas más precisas sobre los costos/beneficios de la carretera. ¿Cuánto mejoraría el acceso a la salud y educación de los indígenas del TIPNIS frente a los riesgos y peligros que conlleva esa obra? ¿La marcha es representativa? ¿Por qué los aymaras aledaños a carreteras siguen siendo pobres y con acceso limitado a la salud -como se preguntaba alguien en Facebook? ¿Cuánto cambiaría la geopolítica nacional, “independizando” a Beni de Santa Cruz? ¿Cuánto destruiría el ecosistema del TIPNIS? ¿Cuánto se relaciona la carretera con una futura extracción petrolera en el Parque? ¿En base a qué valores elegir entre acceso a los mercados y preservación de ecosistemas y especies animales?
Por ahora la retórica en favor y en contra -y los discursos desarrollistas o pachamámicos grandilocuentes- opacó este tipo de discusiones, ojalá la suspensión de la obra dé tiempo para enfrentar estos dilemas.
Enviada por Ruben Siqueira.