Por Daniel Sánchez Velásquez* – Servindi
Estados Unidos es el país más desarrollado del planeta, es lo que he escuchado a menudo. Estoy de visita por varias de sus ciudades invitado por el Departamento de Estado para conocer sobre las distintas políticas del gobierno para los indígenas estadounidenses. En Washington DC observé una administración pública muy preocupada por su país y por su gente. En todas las reuniones en las que participé nos dijeron reiteradamente: respetamos sus identidades, sus sistemas políticos y sociales, damos mucho apoyo a la promoción de sus culturas, buscamos la recuperación de sus lenguas y la conservación de sus patrimonios. Nos mostraron las diversas investigaciones y proyectos de las universidades y museos para mantener la vida, historia y artes de los indígenas de este país.
Y sin embargo hay testimonios crudos y desgarradores, como éste: “Muchos en nuestras comunidades no saben de dónde vienen y quiénes son. Han perdido la esperanza por culpa de la pobreza y los abusos. (…) Una mujer del pueblo Comanche fue encerrada por estar ebria, los policías la esposaron en los barrotes de la celda y usaron sus armas con electricidad para que se callara. No resistió la electricidad y murió. Nadie se entera de esto porque somos un grupo muy pequeño y no somos interesantes para la prensa”, nos comenta un abogado indígena de Oklahoma.
“La esperanza de vida de un indígena americano es menor. En promedio viven cinco años menos que otros norteamericanos blancos”, nos explica un profesor universitario de historia. Un informe del Museo Nacional del Indígena Americano indica que la muerte por alcoholismo en los indígenas es siete veces mayor que en el resto de la población así como las muertes relacionadas con drogas un 65% más alta y el suicidio un 72% mayor.
El viaje continuó hacia Oklahoma para conocer algunas reservas indígenas. La historia es conocida, durante el proceso de expansión de los Estados Unidos de la costa atlántica hacia la “conquista del oeste”, se desplazaron a las comunidades asentadas en dichas zonas, hubo fuertes luchas, muchas muertes y, una vez vencidos los indígenas, se los agrupó en reservas donde vivirían.
A fin de que tuvieran un estatus de legitimidad se firmaron más de 350 tratados con estos pueblos mediante los cuales se reconocía variados beneficios y responsabilidades en la administración de dichos territorios donde, en la actualidad, viven el 30% de los 4 millones de ciudadanos que se reconocen como indígenas en EEUU. A lo largo de las últimas décadas, el Gobierno ha tenido, por orden del Congreso y las Cortes Federales, que respetar las decisiones que las autoridades indígenas han tomado con autonomía en el destino de los recursos naturales que tienen en sus tierras.
De las reservas visitadas en Oklahoma, tres sobresalen. Los indígenas Cherokee, por ejemplo, manejan múltiples empresas de juegos, tecnología y manufactura lo que les permite tener un presupuesto anual de 600 millones de dólares para brindar servicios públicos de calidad en educación, salud o seguridad a sus 325 mil miembros. Por su parte, los Osage, otra nación indígena, son dueños de los recursos naturales del subsuelo de sus tierras y han desarrollado una industria del petróleo que les permite producir 14 mil barriles de petróleo diarios. Los Muscogee también conocidos como Creek tienen una policía tribal, una asamblea legislativa donde se dictan las normas que los regulan y su propia Corte Suprema de Justicia indígena.
“Pero es que han visitado a las más poderosas y ricas. Hay muchas otras que no tienen esos beneficios y no la pasan tan bien”, nos aclara un ex fiscal indígena. En el resto del país, cuatro de cada cinco indígenas no consigue un empleo formal. El acceso a una vivienda se reduce y tienen que migrar a las ciudades para poder obtener ingresos económicos.
Sin embargo, en las ciudades se enfrentan a otros problemas. Converso con varios norteamericanos y conocen, aunque no mucho, sobre las tribus indias, que es como aquí se les llama. Algunos han estudiado a las principales en las escuelas: Navajo, Cherokee, Apache o Sioux, no más de cuatro o cinco. ¿Y qué pasa con las otras 560 naciones, tribus y pueblos reconocidos por el gobierno? Quizás lo mismo que con otras minorías, sus problemas pasan desapercibidos o los estereotipos que se tienen de ellas, las van invisibilizando.
Como muchos indígenas en el mundo, los de EEUU también sufren el prejuicio y la discriminación. Se piensa que son poco civilizados, millonarios de casinos o que tienen genes propensos al alcoholismo. La imagen de sus vidas ha estado sujeta a la persistente distorsión de los medios masivos de identificarlos solo como los “pieles rojas” en las películas del oeste. Incluso hoy cientos de escuelas usan los símbolos y nombres indígenas para referirse a las mascotas de los deportes. Esto, ellos lo consideran ofensivo. Como dijo el Presidente Kennedy en 1963 “para un sujeto que ha aparecido y reaparecido con tanta frecuencia en las novelas, películas, televisión, el indígena americano es el menos conocido y el más incomprendido de todos nosotros”. Estos estereotipos persisten 50 años después.
No obstante ello, en Seattle, uno de los mayores centros industriales del país, hay dos iniciativas muy interesantes para promover la participación y conocimiento de los indígenas que viven en la ciudad. En el 2003, se creó el Consejo Consultivo de Nativos para la Policía. Un grupo de ciudadanos indígenas que voluntariamente trabaja con la policía para lograr un entendimiento mutuo y así eliminar los estereotipos que pueden conducir al abuso policial. También se ha hecho obligatorio en las escuelas de la ciudad, la enseñanza de cursos que cuenten la historia de los indígenas, sus luchas y sus culturas. Esto con el objetivo de que el intercambio y acercamiento cultural sea en ambas direcciones.
“Ha sido difícil mantener nuestra identidad pues hasta los años 70 nos obligaban a ir a escuelas donde se nos prohibía hablar nuestra lengua. Buscaban asimilarnos, extinguiendo nuestra cultura” nos cuenta una activista indígena Comanche que contribuyó a que el Presidente Nixon revirtiera esta situación. “No hemos dejado de ser indígenas porque usemos ropa moderna y celulares, viajemos en autos, tengamos empresas exitosas o incluso hablemos bien el inglés. Somos indígenas porque tenemos una identidad propia, una historia remota y una cultura diferente que nos hace sentir orgullosos”, concluye.
“Los pueblos han sobrevivido a cada contexto histórico porque han utilizado las herramientas existentes en cada época. Ahora es necesario prepararse, conocer las formas de generar dinero y usar las ganancias para promover nuestra cultura”, nos comenta el Director Ejecutivo de una corporación empresarial de indígenas en Albuquerque. Hace unos años, los dirigentes de los 19 pueblos indígenas de esta zona decidieron formar una empresa. Ahora esta corporación administra hoteles, gasolineras y locales de diversión y genera más de 35 millones de dólares en ganancias anuales. Lo interesante es que estas utilidades son destinadas en su integridad a financiar actividades que permiten mantener viva su cultura. Son un ejemplo de éxito en el país, pues sin un dólar del Estado han logrado la construcción de un centro cultural donde mantienen un museo, ejecutan proyectos para la revitalización lingüística y difunden sus costumbres.
Finalmente, otro elemento interesante es que a nivel político los asuntos indígenas no son exclusivos de los parlamentarios indígenas. De los 435 miembros que forman el Congreso norteamericano, solo 2 son indígenas. En el Senado ninguno de los 100 miembros lo es. Sin embargo, hay un “caucus” de 40 parlamentarios de los diversos partidos políticos que se han unido para, en conjunto, sumar esfuerzos legislativos que permitan promover las iniciativas indígenas. Obviamente hay limitaciones. Sin embargo, un contexto político así ha permitido, por ejemplo, pasar en pocos años de la casi extinción del hawaiano, a que sea una lengua viva y muy usada en las dependencias públicas del archipiélago. También que una represa que afectaba la pesca del salmón para los indígenas Elwha Klallam de Port Angeles sea destruida para que el ecosistema se recupere y su economía comunal se restaure.
En este viaje estoy acompañado de diversos líderes indígenas latinoamericanos. Por el Perú va Talit, una dirigente del pueblo indígena Shiwilo de Loreto, “aunque hay problemas aquí, no se comparan en nada con los que tenemos en Perú. Estados Unidos no es un paraíso pero no se tardan tres días en bote surcando el río para llegar a un hospital. Los idiomas indígenas no se han extinguido y los niños reciben una buena educación. Las empresas no entran a las tierras de las comunidades sin su permiso y los beneficios que reciben de éstas se pueden verificar. Aquí sí se percibe un Estado que promueve proyectos, respeta a los indígenas y no los olvida”. Esta reflexión resume muy bien que en el Perú, a diferencia de lo que algunas cifras económicas muestran, falta aún mucho para considerarnos un país desarrollado.
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*Daniel Sánchez Velásquez es Jefe del Programa de Pueblos Indigenas de la Defensoría del Pueblo. Abogado de la PUCP. Magíster en Derecho Constitucional por la Universidad de Sevilla. Autor de diversas publicaciones e investigaciones sobre Derecho Constitucional y Derechos Humanos. Autor del libro Discriminación y Medios de Comunicación. Análisis de las bromas raciales en la televisión peruana.
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Artículo publicado el 2 de julio por el portal de divulgación científica y humanística Sophimanía.
Comunidades nativas en EE.UU. entre dos fuegos. Foto. Internet