Chile: La lucha de los estudiantes mapuches

La Federación Mapuche de Estudiantes (Femae) irrumpió en el agitado panorama de cuestionamiento al sistema educativo en Chile, agregando un nuevo foco de crítica: la marginalidad que viven niños y jóvenes indígenas en cada sala de clases del país

Por Vanessa Vargas, El Ciudadano


En medio de las demandas estudiantiles chilenas, surgió la voz mapuche para reclamar por sus derechos en materia educacional. Se instaló, además, la Federación Mapuche de Estudiantes que reivindica la enseñanza de su lengua, una revisión de la historia oficial, mejora en beneficios para estudiantes de origen indígena y la creación de una Universidad Mapuche, pública y gratuita.

Su aparición fue vista con recelo por varios sectores, pero insistieron hasta lograr un espacio dentro del vigoroso movimiento estudiantil. La Federación Mapuche de Estudiantes (Femae) irrumpió en el agitado panorama de cuestionamiento al sistema educativo en Chile, agregando un nuevo foco de crítica: la marginalidad que viven niños y jóvenes indígenas en cada sala de clases del país.

Fue percibido casi como un detalle por el ministro de Educación, Felipe Bulnes, quien apenas dedicó unas líneas a las demandas por una educación intercultural en su propuesta a los estudiantes. Sin embargo, la voz de la Femae llegó para visibilizar un ya viejo mecanismo de discriminación y censura ejercido por el Estado a través de la educación.

 

“Cuando a los 10 años salí de mi comunidad a estudiar al pueblo, sentí el peso de otro lenguaje que caía sobre mí y que me marcó profundamente. En las clases de historia y castellano se repetían las palabras india, indio o araucano y se decía que ya no existíamos”, relata Elisa Loncon, académica de la Universidad de Santiago, experta en educación intercultural y miembro de la Red por los Derechos Educativos y Lingüísticos de los Pueblos Originarios.

 

“Yo escuchaba callada en la sala, sentía culpas de ser y de estar allí; tenía conciencia de ser mapuche porque de mis padres aprendí ese orgullo, pero en la escuela vivía con profunda tristeza y soledad esta condición”, relata Loncon.

 

Su experiencia se sustenta en la realidad de un país que ni siquiera se reconoce constitucionalmente como una nación multicultural y plurinacional y que, por tanto, difícilmente puede establecer la educación intercultural como política de Estado. En lo concreto, Chile ha firmado convenios internacionales vinculantes y ha recibido recomendaciones de los delegados de Naciones Unidas que sugieren avanzar en estas demandas.

Tal como estipulan estos últimos, en el artículo N° 8 de su Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, los pueblos originarios “tienen derecho a no sufrir la asimilación forzada o la destrucción de su cultura”. Especifica que éstos deben “establecer y controlar sus sistemas e instituciones docentes que impartan educación en sus propios idiomas, en consonancia con sus métodos culturales de enseñanza y aprendizaje”.

Sin embargo, y como ocurre en tantos otros temas indígenas, este tipo de documentos no parecen más que letra muerta. “La Ley Indígena (1993) creó el programa de educación intercultural bilingüe para los pueblos indígenas y es una expresión de las políticas multiculturales chilena. Permite el discurso sobre lo indígena, pero no la participación en la toma de decisiones”, informa Loncon.

Pero, ¿qué expresa realmente el concepto de interculturalidad? Según el periodista y director del periódico mapuche Azkintuwe, Pedro Cayuqueo, “es la capacidad de poder vivir, comunicar e interactuar con otra cultura, distinta a la propia. Esa habilidad, desde niños, la tenemos la mayoría de los mapuches. Somos en esencia un pueblo intercultural, que se mueve en los dos mundos y a ratos sin mayores complicaciones”.

Según Cayuqueo y Loncon, la experiencia intercultural en Chile no existe. “El currículum escolar nacional sigue siendo culturalmente homogéneo. Los libros de texto muestran a los indígenas asociados al folclore, al baile, en piezas de museos, pero no al niño indígena de carne y hueso que también se vincula con la ciencia, las matemáticas, el mundo moderno y menos a la niña indígena”. Al profundizar en las cifras sobre la educación indígena en Chile, el panorama no parece más alentador. Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (Casen) del año 2009, sólo un 1,6% de la población indígena en Chile cuenta con Educación Superior Completa.

LA EXTINCIÓN DEL LENGUAJE

Cerca de mil lenguas indígenas aún se hablan en Latinoamérica, pero en Chile sólo el mapudungun, el aymara, el chesungun y el quechua se mantienen vigentes. Otros han desaparecido dejando tras de sí la pérdida de legados culturales que ya pocos pueden rescatar. La educación chilena parece ser un aliado del olvido y fragmentación de la identidad de diversos pueblos originarios.

“Nos imponen día a día una cultura ajena a lo que somos y no reciben ni implementan nada de la nuestra. Un ejemplo concreto: ¿Por qué no se hace una asignatura de mapudungun como ramo obligatorio desde primero básico a la universidad, por lo menos en la región? ¿Y por qué de inglés sí? Eso no es interculturalidad”, expresa Isabel Cañet, de profesión contador auditor y público, quien vivió en el hogar mapuche Pelontuwe mientras realizaba sus estudios.

Según Elisa Loncon, las lenguas indígenas “son tan importantes como el resto de los saberes que hoy necesitamos para vivir en el mundo globalizado. El conocimiento construido de los pueblos, su forma de pensar y de interpretar el mundo está en sus lenguas”. “Es necesario estudiar a Alonso de Ercilla, pero también a Jaime Huenun, estudiar inglés, castellano, pero también mapudungun, rapa nui y yagan. Estas lenguas han sido parte de nuestra historia, presente y futuro”, apunta.

Camila Navarro es secretaria ejecutiva de los proyectos de Kusisita Yachitaña (Educando con Afecto), consultora educacional con experiencia en el trabajo con niños aymaras en Arica. Desde su realidad, vislumbró que “lo típico es que en (nivel) Básica y Media se pasen contenidos acerca de los pueblos originarios, pero dando a entender que son pueblos casi desaparecidos”. Y agrega: “Es claro que en nuestro sistema educativo se le da prioridad a una cultura globalizada que no es propia”.

La vivencia de Camila identifica la hegemonía de un modelo dominante, que en cada sala de clases de Chile parece presentarse como la única forma posible de conocer y vivir, desconociendo las perspectivas y saberes de culturas milenarias. “Hay una represión cultural e intelectual en nuestro país que sólo crea máquinas dispuestas a ganar dinero”, argumenta.

“Necesitamos un sistema que legitime las culturas, los saberes y la experiencia de los pueblos”, expresa Elisa Loncon. Y agrega que “el lucro en la educación no sólo ha conducido a aumentar la brecha entre los marginales y los que más tienen, sino también a reproducir la pobreza cultural, el desprecio por el otro por su condición de diferente”. Según la académica de la Usach, “a la escuela le corresponde la formación del sujeto autónomo, dueño de sí mismo, libre; pero cuando a las niñas y niños les es lesionada su autoestima e identidad no se logra tal autonomía. Todo ello, más las prácticas de la discriminación tienen sumido a los pueblos indígenas en la marginación”.

UNA UNIVERSIDAD MAPUCHE

Como un sueño difícil de imaginar para muchos, los miembros de la Femae propusieron entre sus demandas centrales la creación de una Universidad Mapuche, lo que se proyecta como un desafío complementario a las exigencias que hoy impulsan a miles de estudiantes a las calles.

“Ésta se desarrollará en un contexto curricular mapuche, pero estará abierta para todos. Este es un proyecto muy antiguo de la sociedad mapuche, una demanda que nace en 1910, con la Sociedad de Caupolicán y se retoma en los 40’ con la Corporación Araucana, en los años 70’ con la Federación de Estudiantes Indígenas, en los 90’ con los Hogares Indígenas y ahora con la Federación Mapuche de Estudiantes”, describe José Ancalao, miembro de la Femae.

En otros lugares del mundo, el deseo de José y sus compañeros es una realidad. Experiencias similares se viven en países como Noruega, Bélgica y España. En México, en tanto, ya se levantaron nueve instituciones que forman parte de la Red de Universidades Interculturales (Redui). El diseño de sus prácticas educativas se llevó a cabo mediante la consulta directa a organizaciones originarias. No es un detalle menor, sin embargo, que el propio Estado mexicano haya declarado tener en su Constitución de 1992 “una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas”.

Otro ejemplo emblemático sucede por estos días en Ecuador, donde la Asamblea Nacional consiguió aprobar una Ley Orgánica de Educación Intercultural. Ésta garantiza la plurinacionalidad y el carácter multicultural del país, promoviendo las historias nacionales y los saberes locales de los diversos pueblos. En la reforma impulsada por Correa se garantiza, además, el derecho de los ecuatorianos a una educación de calidad, laica y gratuita.

En Chile, en tanto, la propuesta de los estudiantes de la Femae ya ha sido apoyada por diversos sectores, entre los que destaca el diputado de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Gonzalo Arenas, quien manifestó recientemente en una columna en El Mostrador que “los mapuche no son campesinos empobrecidos como a muchos les gustaría, sino que son un pueblo que intenta vivir en armonía, pero exigiendo respeto e individualidad dentro de una sociedad mayoritariamente no-mapuche. Es por eso que la propuesta de una Universidad Mapuche la considero un real y valioso aporte”.

Otros ya se aventuran a describir el soñado proyecto. “La imagino como una casa de estudios pionera en la investigación científica, en la promoción de las relaciones interétnicas respetuosas, en la revitalización del mapudungun y en la resolución democrática de conflictos”, adelanta Pedro Cayuqueo. Y es que, según el director de Azkintuwe, “nada enriquece más una cultura que el contacto, el cruce, la mezcla. Los mapuche bien podríamos dictar cátedra al respecto”.

http://www.azkintuwe.org/20110825_001.htm

 

 

 

 

 

 

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