Casement fue enviado por el Gobierno británico para investigar los crímenes cometidos por el gigante del caucho con base en Gran Bretaña, la Peruvian Amazon Company. Descubrió que “los crímenes de los que se acusa a muchos hombres que trabajan para la Peruvian Amazon Company son de los más atroces, e incluyen el asesinato, la violación y los latigazos constantes”.
Agentes de la empresa capturaron a decenas de pueblos indígenas en la Amazonia occidental para recolectar caucho silvestre con el que abastecer a los mercados europeo y norteamericano. En pocas décadas, muchos de esos pueblos fueron exterminados.
La mayoría de los detalles de este demoledor episodio han caído en el olvido, pero para los descendientes de quienes sobrevivieron a la fiebre del caucho les resulta imposible ignorar la realidad de la “cosecha de la selva”, que prosigue en la actualidad.
Posiblemente los indígenas aislados a los que se ve con impresionante detalle en las imágenes publicadas hace unas semanas desciendan de esos supervivientes. Ahora son testigos de una nueva “cosecha de la selva” en sus propios territorios. Los madereros ilegales, atraídos por el alto valor de las maderas en peligro de extinción, avanzan cada vez más hacia sus recónditos hogares en la selva.
Hace seis meses, la organización conservacionista británica Upper Amazon Conservancy (UAC) documentó campamentos madereros ilegales en zonas habitadas por indígenas murunahua no contactados. Sin embargo, según un comunicado del ministro de Medio Ambiente de Perú de la semana pasada, el Gobierno tiene la tala bajo control casi al 100%. “Cada caoba que se tala hoy está georreferenciada y controlada”.
El portavoz de UAC, Chris Fagan, dijo a Survival International: “El comunicado del ministro es incorrecto al 100%. La mayoría de la caoba sigue siendo talada de forma ilegal en las áreas protegidas de Perú, o en territorios indígenas, sin planes de gestión adecuados”.
Fuentes internas a Survival International declararon hoy: “Allá donde se puede hacer dinero en la Amazonia, bien sea cortando sus árboles o extrayendo sus riquezas, los indígenas acaban muertos. Es lo que ocurría hace 100 años, y es lo que sigue ocurriendo hoy en día. Un siglo de declaraciones de derechos humanos y planes cada vez más complejos para salvar la selva no han tenido demasiado impacto, y no lo tendrán hasta que los indígenas, a quienes pertenece esta tierra, estén en el centro del debate. Han demostrado una y otra vez que son, con diferencia, los mejores guardianes de su propia tierra”.
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