Ernesto Sábato y la resistencia a la barbarie

A Ernesto Sábato, un insurrecto contra la resignación

 

El 24 de junio de 2011 Ernesto Sábato iba a cumplir 100 años de vida. Desde hace rato sus lectores nos disponíamos a celebrar su existencia en combinación con su obra (con sus palabras, con su forma de caminar hermosamente por la cuerda floja que nos lleva fuera de lo bestia). Tal celebración era (y es) una clave entre el autor y los observadores de sus claves. Y digo “es” porque, a pesar de que el 30 de abril de 2011 los medios de información anunciaron su muerte, a los caminantes de la palabra siempre hay que celebrarlos. Decir Sábato no es decir muerte, decir Sábato es decir vida (como cantara Rubén Blades: “no te alegres muerte…tu triunfo es vacío”.)

 

Decir Sábato es decir que la vida no ha perdido, que hoy se fue un caminante pero su palabra queda en la ruta de quienes atendimos su llamado. No me interesa plantearme la “muerte” de seres como Sábato en términos de nostalgia (ya bastante tenemos que hacer para interpretar y mover las piezas, por muy pequeñas que sean, de un mundo hecho a imagen y semejanza de la bestialidad, como para paralizarnos en la depresión). Me niego a asumir que Sábato es representante de un mundo que está pasando (¿quién dijo que la dignidad está pasando?).

Ernesto Sábato en palabra y obra es un equilibrista de esos que a lo largo de los tiempos alumbran (aunque sea con una pequeña llama) el recorrido (“Lo admirable es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil”). Y nada estará perdido mientras existamos lectores (y caminantes) dispuestos a atender las palabras que, a modo de pistas, nos dejan los Sábatos (los Benedettis, los Saramagos o los abuelos que decían y decían que la “cosa no iba por buen camino”). El mundo no es lo que “muchos queremos”. Y a pesar de las estupideces que nos venden (y de la masa estúpida en la que nos pretenden convertir), en la esencia de cada uno hay un latir inmemorial que indica (y grita) que aún no somos lo humano que podríamos ser. Pretender ser humano no es un asunto de época; aceptar un esquema irracional (por muy legal que se nos muestre) tampoco es propio de ninguna (post) modernidad. (“El proceso cultural es un proceso de domesticación que no puede llevarse a cabo sin rebeldía por parte de la naturaleza animal, ansiosa de libertad”). Y si eso fuera así (por esa norma que nos imponen y que algunos se conforman con llamar “destino”), me quedo con el otro tiempo, el de siempre, el sereno, el invisible, el tiempo enano, el que no hace ruido, el tiempo en donde vive (y escribe) Sábato.

 

En ese tiempo no hay premio Nobel (para Sábato), no hay titulares amarillistas (tipo bodas reales o show de subastas sentimentales), no hay escándalo, no hay grandes triunfos de toma y dame. Me quedo en el tiempo de los no competidores, de los no bestias, de los contemplativos, de los que aún no celebran la victoria de la ignominia (la voz de la canalla siempre ha celebrado su mandato cuasi eterno, lamentable es cuando celebran los espectadores que sólo reciben migajas); siempre en la acera de los que transitan en dirección a la humanidad del después de la actual sociedad en transición. Me quedo (camino) en el mundo de Ernesto Sábato (y de Benedetti, de Samarago, del abuelo) y por él (ellos) vivo (y escribo) para no convertirme en piedra (conmigo que nadie cuente para anestesiar de tonterías a un solo individuo del planeta). ¿Somos pocos?, ¿somos muchos?, pues no lo sé, pero a veces sospecho que somos más de lo que nosotros mismos creemos. “El túnel”, “Sobre héroes y tumbas”, “Abaddón el exterminador”, “Uno y el universo”, son algunos de los títulos de la obra de Ernesto Sábato que me han ayudado (desde niño) a negar el absolutismo social en el que nos educan.

 

Sábato, antes que escritor, fue físico, quizá por ello (como todo hacedor de ficciones) sabía que son muchas las realidades que circundan a nuestro alrededor. Seres como Sábato nos hacen comprender que la ficción es el salto más revolucionario que pueda conocer ser humano alguno. La literatura nos salva (seguro) de ser algo más que un decorado de la realidad que otros nos inventan. Y que algún día, sobre todos los ruidos, muchos niños puedan leer en voz alta (pero serena) la palabra de ese argentino del mundo que vivió sin resignarse: “Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”.

http://cultural.argenpress.info/2011/05/ernesto-sabato-y-la-resistencia-la.html

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