Más allá de los discursos trillados que insisten en fortalecer acciones de inclusión sin que las mismas resulten significativamente implementadas y articuladas tanto a los sistemas legislativos como a las acciones públicas; lo que está por verse es si tal año contribuye a producir una convergencia planetaria tal que, radicalmente, se logre vincular a las poblaciones afrodescendientes al reparto de beneficios tanto de su pertenencia e historicidad en las naciones americanas como en la realización de sus derechos, afectados significativamente por desigualdades estructurales y manifiestas a lo largo del continente, por las que ser pobre resulta perverso si, además, se es Afrodescendiente.
En este año, será igualmente importante destacar y reconocer el aporte de las y los pensadores que han gestado maneras de investigar, recrear y contar con sus obras las dinámicas de la permanencia territorial, la pertenencia étnica y la construcción identitaria, trazando rutas para el desocultamiento étnico y la revalorización de los aportes patrimoniales y culturales afrodescendientes, así como para la dignificación de la vida concreta de seres humanos marcados por la experiencia histórica del desconocimiento sistemático de sus derechos.
En el mismo sentido, debería servir este año para articular las comprensiones que unen a África y América, leídas unas desde las rutas de la esclavitud y otras desde la diáspora, sin que logren expresarse como categorialmente idénticas; pues mientras unas insisten en los impactos económicos de la trata europea, otros remiten a los efectos del traslado masivo y forzado de africanos a nuevos territorios. La afrodescendencia, es nuestra opinión, no nace de la esclavización de las y los africanos sino a consecuencia de una lectura de la pertenencia construida en la diáspora y el ingreso a un nuevo escenario mundializado. En tal escenario, África y América resultan vapuleadas por el crimen no reparado de la esclavización en el proceso colonial, cuyo culpable sin castigo es Europa, su discurso eurocéntrico, y su ideología colonial de avasallamiento sostenido por siglos sobre los millones de sujetos a los que opacó, dominó y victimizó como esclavizados.
El peso de tal construcción aun hoy es significativo y evidente tras la persistencia del desconocimiento de la población Afrodescendiente, cuyo conteo estadístico es no sólo dudoso sino fraudulento; tal como ocurre igualmente con el ocultamiento y desconocimiento de las contribuciones culturales, económicas, sociales, políticas y científicas, hechas a lo largo de cinco siglos de presencia ancestral y de imbricación Afrodescendiente como raíz de América, rica, vital y medular frente la indígena y la europea. La afrodescendencia, entonces, se centra en la reconstrucción simbólica de los persistentes imaginarios que revelan la africanía, la articulación del pensamiento de rebeldía ante el vejamen europeo cifrado en el cimarronaje como construcción libertaria y la invención étnica por la que, pese a los intentos de sustitución intercultural, grupos humanos sienten, viven y hacen suyos valores, categorías y tradiciones que recrean el tránsito identitario y cultural entre África y América.
Ante tal desconocimiento, en el contexto del año internacional de la afrodescendencia habrá que situar y popularizar con mayores y mejores argumentos el debate por las afrentas contra su reivindicación. De manera especial leer conceptualmente el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia, denunciados en Durban (Suráfrica), en 2001 y aun hoy por fuera de diversas legislaciones nacionales requerirá la fuerza intelectual de las y los afrodescendientes y de aquellas y aquellos que sin serlo pueden aportar efectivamente a tal causa.
Reconocer el racismo y sus poderosos tentáculos, debe llevar al fortalecimiento de acciones estructurales y afirmativas que promuevan e incorporen políticas efectivas para enfrentar las marcadas desigualdades que hacen mucho más pobres a hombres y mujeres afrodescendientes a lo largo del continente, perpetuando exclusiones, marginalidad, tratos degradantes, estigmatización e invisibilidad; gestados en el proceso colonial y fortalecidos con la eliminación republicana de la esclavización sin producir acciones reparativas para quienes la padecieron y, por el contrario, permitiendo la reproducción bicentenaria de tal desproporción.
Para avanzar hacia una práctica reparadora se requieren acciones sistemáticas tanto como provisorias, que enfrenten asuntos centrales como el educativo; no sólo por las oportunidades de acceso al sistema y la revisión de la pertinencia de proyectos etnoeducativos en territorios ancestrales y urbanos, sino considerando la ampliación de cupos y la incorporación de alternativas de pago flexible y becas preferenciales para adelantar estudios universitarios de pregrado, especializaciones, maestrías y doctorados, así como la generación de ofertas para la vinculación en las distintas esferas de la gestión educativa básica, media, técnica, tecnológica y profesional.
Así mismo, en los sistemas nacionales de justicia, penalizar los crímenes de odio y aversión étnica resulta fundamental para un mundo en el que la solidaridad, el reconocimiento y la construcción de la fraternidad resultan utopías inconclusas y difíciles de adelantar. Sumado a ello, afectar la comprensión epidemiológica y la atención básica y hospitalaria en salud, incrementar la cobertura habitacional y ampliar las oportunidades laborales cuando se es Afrodescendiente resulta de grueso calado en la acción gubernamental y en el sector productivo, el cual deberá enfrentar las prácticas discriminatorias que ahondan la cada vez más profunda disparidad socioeconómica por la que las y los afrodescendientes siguen siendo la población más pobres entre los pobres.
Si se considera que en Colombia el 88% de la población está en estratos 1, 2 y 3; lo que en consecuencia significa que la mayor parte de las y los colombianos aun son pobres y, presumiblemente, lo seguirán siendo; tal guarismo afecta de manera mucho más grave a las y los afrodescendientes precisamente por serlo en un país en el que se ha naturalizado el pensar, sin más, que los afrodescendientes son pobres, sin enfrentar las causas reales que condenan a las y los hijos de África en América a llevar sobe su piel el peso invisibilizado de las cadenas.
De manera especial, en Colombia deberemos afrontar el grave problema de la desocupación forzada de los territorios ancestrales, víctimas de grandes proyectos promovidos por emporios económicos, actores armados y fuerzas estatales burocráticas y militares, cuyo impacto en el pacífico diverso resulta devastador. Frente a este flagelo, el desplazamiento étnico hacia las ciudades grandes e intermedias se suma a una presencia numerosa de las y los afrodescendientes en entornos urbanos, hoy entre un 72 y 75% del total de la población Afrodescendiente en el país, sin que las respuestas en la articulación de políticas públicas específicas resulten siquiera aceptables para enfrentar de manera adecuada necesidades poblacionales de tanta importancia.
Por ello, debemos advertir igualmente que declarar un año para hacer memoria étnica Afrodescendiente no es sinónimo de transformación de las prácticas de racismo y exclusión imperantes en el país y en buena parte del mundo. En nuestro caso, pese a haber suscrito la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial, este flagelo ideológico nos circunda, convidando a pocos hombres y mujeres académicos, maestros, políticos, trabajadores de la cultura, comunicadores y a la denominada sociedad nacional en su denuncia y eliminación.
En todo caso, pese a que igualmente pueden contarse algunos avances en el tratamiento de los asuntos étnicos afrodescedientes, lo cual revisaré en otro momento; frente a todo avance resulta desalentador que en el país, tal como ocurre en la televisión, si bien las programadoras han empezado a incorporar sujetos visualmente alternativos, con mayores pigmentaciones asociadas a las etnias Afrodescendiente e indígena, su peso en la pantalla aun no es protagónico.
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Anexo:
(…) 1. Proclama el año que comienza el 1° de enero de 2011 Año Internacional de los Afrodescendientes, con miras a fortalecer las medidas nacionales y la cooperación regional e internacional en beneficio de los afrodescendientes en relación con el goce pleno de sus derechos económicos, culturales, sociales, civiles y políticos, su participación e integración en todos los aspectos políticos, económicos, sociales y culturales de la sociedad, y la promoción de un mayor conocimiento y respeto de la diversidad de su herencia y su cultura;
2. Alienta a los Estados Miembros, a los organismos especializados del sistema de las Naciones Unidas, en el marco de sus mandatos respectivos y con los recursos existentes, y a la sociedad civil a que preparen y determinen iniciativas que puedan contribuir al éxito del Año;
3. Solicita al Secretario General que en su sexagésimo quinto período de sesiones le presente un informe que incluya un proyecto de programa de actividades para el Año Internacional, teniendo en cuenta las opiniones y recomendaciones de los Estados Miembros, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial, el Grupo de Trabajo de Expertos sobre los Afrodescendientes del Consejo de Derechos Humanos y otros organismos, fondos y programas pertinentes de las Naciones Unidas, según corresponda. 65ª sesión plenaria. 18 de diciembre de 2009.
http://cuestionespedagogicas.blogspot.com/2010/12/2011-ano-de-la-afrodescendencia_05.html