Los casi 200 países que participaron de la COP21 llegaron a un acuerdo considerado “histórico”. Es más que lo que hay hoy, indudablemente, pero ¿es suficiente?
Por Patricio López – Servindi*
UdeChile, 14 de diciembre, 2015.- Un acuerdo considerado en general razonable y satisfactorio ha clausurado la Cumbre de Cambio Climático o la COP21, encuentro que contó con la presencia de 195 países, 150 jefes de Estado y 120 mil policías, en una ciudad todavía consternada por los atentados terroristas de hace semanas. Luego de presenciar la aparentemente enorme victoria de la diplomacia francesa, que logró llevar a todas las naciones hasta el final sin una crítica radical de la sociedad civil, cabe una pregunta que parece ser de vida o muerte ¿podrán los gobiernos ahora acotar la voracidad trasnacional, si no han podido hacerlo en las décadas pasadas?
Esto está relacionado con el carácter vinculante del acuerdo, cuestión impulsada por la Unión Europea pero que finalmente fracasó. Estados Unidos, en particular, dio razones de tipo político: no tiene mayoría en el Senado y no tiene cómo transformar un acuerdo supranacional en ley del país. El presidente Obama ha dicho, de todos modos, que se compromete a bajar las emisiones entre un 26 y 28 por ciento a 2025, pero si su mandato expira el próximo año y ni siquiera es seguro que le suceda alguien de su partido ¿puede la humanidad estar tranquila de que ese compromiso se va a cumplir?
El texto, de entre 31 y 40 páginas dependiendo del idioma con que es escrito, logra en todo caso articular la situación de las grandes potencias emisoras de gases de efecto invernadero, como Estados Unidos y China, con la de los países menos poderosos, incluidas las pequeñas islas del Pacífico amenazadas por la subida del nivel de los océanos.
Los países industrializados, responsables históricos del problema, deberán ayudar financieramente a los países en desarrollo, bandera levantada muy fuertemente por las grandes organizaciones medioambientales y por países de esta región como Ecuador y Venezuela.
En el texto, todos los países se comprometen a controlar mutuamente sus planes de reducción de emisiones (INDC), con revisiones quinquenales a partir de 2023. El objetivo es que esas emisiones, principales responsables del calentamiento del planeta hasta los niveles actuales, dejen de aumentar “lo antes posible” y luego se reduzcan “rápidamente”, aunque sin fijar porcentajes ni plazos, como querían los países más resueltos, entre los cuales el liderazgo lo ejerció Angela Merkel, quien proponía un compromiso con plazos para reducir a cero las emisiones responsables del cambio climático.
El texto propone además limitar el aumento de la temperatura del planeta “muy por debajo de 2 grados celsius con respecto a los niveles preindustriales” y “seguir esforzándose por limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados celsius”. Este punto se ubica en un lugar satisfactorio para los países emergentes, que no quieren comprometer su desarrollo económico, como también para los países más vulnerables a los desastres meteorológicos.
Es entonces, por un lado, un acuerdo que supone un avance porque nunca había sido “universal”, como pomposamente dijo el presidente Hollande, lo cual supone incorporar a los principales contaminantes: Estados Unidos y China. Pero no lo es, porque la historia reciente nos demuestra que las grandes potencias no siempre se obligan a cumplir sus compromisos internacionales y porque los programas y compromisos solemnes siempre pueden ser revisados en el futuro, como también nos enseña la coyuntura chilena.
En última instancia, la gran duda que queda es si este gran consenso, donde caben todos en sus particularidades, no es una forma de esconder el inmovilismo. O, dicho de otro modo, si es posible combatir el cambio climático sin una transformación sustantiva del modelo que nos ha llevado al borde de la catástrofe. Porque, claro, compromisos hay, pero en lo formal no se toca la globalización comercial y de desplazamientos, justo en momentos en que doce de los países firmantes de la COP21, incluidos Estados Unidos y Chile, avanzan apresurados hacia la firma del TPP, el mayor tratado comercial de la historia de la Humanidad.
Al respecto, la periodista e investigadora canadiense Naomi Klein afirma en su último libro, Esto cambia todo, que hay un claro vínculo entre el capitalismo y el cambio climático. En su opinión, “si tienes un modelo económico basado en el crecimiento, te va a empujar hacia una relación extractiva con la Tierra, que trata los recursos del planeta como si fueran infinitos, y vas a tener un conflicto esencial. El neoliberalismo ha acelerado el problema de esta manera: con la fase de la globalización introducida mediante los acuerdos comerciales, con la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y con la liberación del capital para que pueda buscar la mano de obra más barata y evitar regulaciones que interfieran con las ganancias. El resultado es que producimos mucho más, y de una forma muy, muy derrochadora”. Esa lógica, ese paradigma, no ha sido parte de la reflexión de la COP21.
Bajo esta premisa, sería un error y un acto de alienación enfrentar las acciones que producen el cambio climático como desvinculadas de los patrones culturales, políticas y falta de políticas que lo han hecho posible. Combatir el cambio climático exitosamente implicaría no hacerlo directamente, sino abordar las reglas del comercio, las políticas de transporte, de ordenamiento territorial de las ciudades y la relación entre los Estados y el Mercado a nivel mundial. Pero en tal caso hubiera sido imposible un consenso y que el presidente anfitrión lo presentara como “el primer acuerdo climático universal”.
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*Fuente: Publicado en el portal del diario UChile.
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