Por Alonso Burgos
25 de enero, 2012.- El caso de Doe Run, en La Oroya, es mundialmente conocido. Es la quinta más contaminada del mundo, según el Ministerio de Salud, el 99,1% de los niños oroínos tienen promedios altos de plomo en sangre, 33,6 ug/dl (microgramos por decilitro), lo que sobrepasa los límites máximos permisibles de la Organización Mundial de la Salud: 10 ug/dl.
Entonces, ¿cómo es posible que se afirme que existe una contaminación invisible, cuando esto está probado con evidencia científica. Pareciera ser algo ilógico, pero explorando el trasfondo nos daremos cuenta de que no es así.
La acción de Doe Run en La Oroya
La primera impresión que se tiene al llegar a la ciudad de La Oroya es que se trata de un pueblo fantasma. Uno no puede dejar de observar que la fundición está ahora inactiva y que la ciudad parece extinguirse lentamente. Y es que hace ya dos años que se inició el conflicto entre la empresa Doe Run y el gobierno del presidente Alan García.
La empresa pedía al gobierno una nueva ampliación del plazo del Programa de Adecuación y Manejo Ambiental (PAMA) y un salvataje económico de más de 150 millones de dólares para continuar con sus operaciones; de lo contrario cesaría sus actividades y dejaría sin trabajo a 3.500 obreros de su planilla y a otros 6.000 cuyo trabajo dependía indirectamente del complejo metalúrgico.
El gobierno de García decidió no renovarle la licencia y someter el complejo metalúrgico a un proceso concursal ante INDECOPI. La interesada en adquirir la fundición fue la empresa Cormin, parte de la corporación Trafigura, que mantiene hasta hoy una disputa legal con Doe Run.
Todo esto trajo consigo una serie de medidas de fuerza —movilizaciones, bloqueos de pistas, marchas de sacrifico, paros regionales— realizadas por los trabajadores de la empresa y las organizaciones sociales locales para exigirle al gobierno pronta solución al problema. El pico más alto de estas acciones fue el 2009.
Los antecedentes del conflicto se remontan al año 1997, cuando el gobierno de Alberto Fujimori privatizó el complejo metalúrgico, antes propiedad de la empresa nacional CentrominPerú. El multimillonario estadounidense Ira Rennert, dueño del grupo transnacional Renco, adquirió el complejo y estableció la empresa Doe Run Perú, que opera en Cobriza y La Oroya.
Desde que se instaló en La Oroya, Doe Run ha tratado de evadir, mediante postergación, sus compromisos ambientales: ha solicitado varias veces la extensión del plazo del cumplimiento del PAMA. Su única oposición ha sido un grupo de ONG agrupadas en el Consorcio Unión para el Desarrollo Sustentable de la Provincia de Yauli, La Oroya (UNES), que fundaría el Movimiento por la Salud de La Oroya (MOSAO) con algunos pobladores.
Los gobiernos que sucedieron al de Fujimori le permitieron a Doe Run seguir funcionando a pesar de que la contaminación que producía sobrepasaba los límites máximos permisibles (LMP). Pese a la oposición de las ONG y el MOSAO, en el 2006 la empresa logró que el gobierno de Alejandro Toledo le concediera la ampliación del PAMA hasta el 2009. Este último año, el gobierno de García cuestionó la renovación de la licencia a Doe Run. Pero todo indica que no fue precisamente por su gran vocación ambientalista —recordemos las tesis del “perro del hortelano” —, sino porque habría de por medio el interés de favorecer a la empresa Cormin, si nos atenemos a las versiones de los voceros de Doe Run, los trabajadores y representantes de la sociedad civil de La Oroya.
Ojos que no ven
Lo más sorprendente en este caso no es precisamente el aspecto objetivo, determinado por la existencia de una contaminación que supera los LMP y que está envenenando a la población, sino la dimensión simbólica, constituida por las representaciones de los pobladores afectados por la contaminación sobre la empresa y el conflicto. (Se usan nombres ficticios para proteger su integridad.)
Cuando se pregunta a los pobladores acerca del problema ambiental que los aqueja, suelen responder que la contaminación en la ciudad es mínima y que, por el contario, la empresa ha ayudado a reducirla, en relación con los niveles anteriormente existentes: “Aquí nadie se ha muerto o se ha vuelto mongolito o ha tenido cáncer. La empresa Doe Run se ha portado bien. Ha limpiado la ciudad”, sostiene Otilia, una comerciante de abarrotes de la ciudad.
Juana, una vendedora ambulante, afirma que “la contaminación es puro cuento. Yo he nacido y crecido en La Oroya y no me ha pasado nada ni a mí ni a mi familia. Centromín contaminaba más, el gas de las chimeneas llegaba a todo el pueblo. Doe Run nos ayudaba con la limpieza del pueblo”.
A su vez, los dirigentes de los sindicatos de la empresa manejan un discurso similar al de los pobladores: “La contaminación no mata. Tantos años que vivo en La Oroya y no pasa nada. Que me traigan un niño o un anciano que tenga plomo (en la sangre)”, dice Mauro, un dirigente del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos. Pedro, otro dirigente, asegura que “Doe Run está haciendo obras. Ha limpiado el río Mantaro”.
Es claro que, a pesar de los exámenes clínicos que prueban la existencia de plomo en la sangre de las personas, para los pobladores y trabajad ores de La Oroya que fueron entrevistados la contaminación no es un problema visible que deba ser tratado con inmediatez.
Los antecedentes del conflicto se remontan al año 1997, cuando el gobierno de Alberto Fujimori privatizó el complejo metalúrgico.
Lo sustancial para ellos es mantener la fuente de trabajo y el flujo comercial. Para Rebeca, una de las dirigentas del Comité Provincial de Lucha, la empresa “está dando muestras de que sí quiere continuar operando con toda su planilla de trabajadores para bien de La Oroya”. Juana, la vendedora ambulante antes consultada, está preocupada porque siente que la situación la perjudica: “Las familias de los trabajadores se van a Lima o a otras partes porque no ven solución. Solo los trabajadores se quedan para marcar tarjeta. Eso nos perjudica a nosotros. ¡Ya no vendemos como antes! La empresa tiene que abrir de nuevo”.
Para decirlo de otra forma: un grueso sector de los trabajadores y pobladores de La Oroya ha “naturalizado” la contaminación, la ven como algo “normal” e incluso inexistente. En todo caso, sería el precio que hay que pagar para contar con un trabajo y un ingreso y mantener activa la ciudad. La percepción de sus derechos es fragmentada. Su derecho al trabajo y a contar con ingresos dignos no es visto en conexión con otros derechos, como el de la salud, del que incluso parecen dispuestos a prescindir.
“Las ONG y los curas antimineros contra La Oroya”
“¡Fuera las ONG anti-mineras de La Oroya!”, es una de las pintas que se encuentra en una de las fachadas de la empresa en la entrada de La Oroya antigua. Y es también la opinión de los dirigentes de las organizaciones sociales y trabajadores entrevistados, quienes culpan a las ONG de haber magnificado el tema de la contaminación ambiental: “Las ONG antimineras mienten. Vienen a confundir, a decir que somos la ciudad más contaminada del mundo, pero no es así”, asevera Mauro, dirigente del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos.
Pero no solo las ONG son percibidas como enemigas de La Oroya, sino también cierto sector de la Iglesia católica que por largo tiempo venía exigiendo a Doe Run que cumpla con sus compromisos ambientales. Un comunicado del Comité de Lucha publicado el 2009 llama a “cerrar filas ante los enemigos de la clase trabajadora […] supuestos defensores de la salud […] como el Arzobispo, Monseñor Pedro Ricardo Barreto Jimeno, S.J. […] Que se atengan a las consecuencias porque todo tiene su límite”.
Lo paradójico de todo esto es que quienes defienden el medio ambiente y la salud son percibidos como los enemigos de La Oroya, mientras la empresa, que contamina y es la responsable de los altos niveles de plomo en la sangre de los pobladores, es vista como la defensora de los intereses de la ciudad.
La Oroya es Doe Run
Para entender por qué los pobladores de La Oroya cierran los ojos ante un problema objetivo como la contaminación, resulta pertinente citar el testimonio del periodista Mario Huarcaya, publicado el 3 de junio de este año en Correo Huancayo: “De niño escuchaba decir a mi abuelo: ‘El día que deje de salir humo de las chimeneas de la fundición, la ciudad desaparecerá’”.
Para el abuelo de Huarcaya la fundición era la ciudad. Es decir, el complejo metalúrgico es lo que le da sentido e identidad a La Oroya. Ésta es exactamente la misma percepción que tienen los pobladores entrevistados. Para ellos, La Oroya es tal porque existe el complejo metalúrgico. Sin éste, la ciudad simplemente desaparecería. Y si bien esto tiene una explicación material —el complejo metalúrgico ha sido y es hoy la fuente de subsistencia de los trabajadores y comerciantes que habitan en La Oroya—, también estructura la identidad de los oroínos. Así, el complejo es mencionado siempre por los programas de las radios locales como el “orgullo de La Oroya y de la región Junín”.
El complejo metalúrgico, desde que se fundó en 1922 con la empresa Cerro de Pasco, hasta que se nacionalizó con CentrominPerú en los 70 y se volvió a privatizar con Doe Run en los 90, ha contaminado permanentemente el medio ambiente. La única diferencia es que antes de los 90 no existía una normatividad ambiental. Es decir, durante casi 70 años el complejo y las empresas a su cargo han contaminado La Oroya sin que nadie les diga nada.
La contaminación es así, para los oroínos, invisible. Porque es normal. El humo de las chimeneas siempre ha estado ahí como parte de la vida de los pobladores. Lo raro, lo anormal, es que no haya humo.
La necesidad económica de los pobladores y este elemento identitario han sido muy bien aprovechados por Doe Run, que ha ofrecido mantener el puesto de trabajo de todos los trabajadores de su planilla y garantizar la estabilidad económica de la ciudad, con lo que ha aislado a las ONG y la Iglesia y su discurso ambientalista.
De hecho, la incidencia sobre el tema ambiental realizada por las ONG y cierto sector de la Iglesia católica no articuló el plano laboral y económico. En cambio, Doe Run lo hizo en todo momento, apareciendo como la representante no solo de sus intereses como empresa, sino también de los intereses de toda La Oroya, al ser la que tiene en su poder el complejo metalúrgico, fuente de trabajo y a la vez elemento constitutivo de la identidad oroína.
Doe Run consolida su poder teniendo como principales aliados a los dirigentes de los sindicatos, organizaciones sociales y un sector de la población, que, como se ha visto, reproducen su discurso, ya que para ellos La Oroya es el complejo metalúrgico y el complejo metalúrgico es Doe Run.
Un conflicto no resuelto
Hasta el momento el conflicto sigue activo, ya que la situación de Doe Run es aún incierta. La empresa ha presentado una propuesta de reestructuración que incluye a todos sus trabajadores en planilla. Por su parte, según las declaraciones del presidente Ollanta Humala, el Gobierno pareciera querer darle una solución al conflicto. Sin embargo, la propuesta de solución aún no está clara, ya que más allá de decir que “deben seguir laborando los trabajadores” y que “tiene que resolverse el problema medioambiental”, no dice cómo lo va a hacer.
Sin duda, la solución al conflicto debe ser integral y articular la demanda del respeto al trabajo y la vigencia de La Oroya con el respeto a la vida, la salud y el medio ambiente. Doe Run debe cumplir con sus compromisos ambientales. A su vez, el Gobierno está en la obligación de hacer valer la legislación ambiental vigente.
Generar nuevos sentidos comunes que valoren y defiendan la vida, la salud, el medio ambiente y el trabajo digno para las personas, que se materialicen en políticas concretas de desarrollo para La Oroya, es la ardua tarea que tiene el nuevo Gobierno de la mano con las organizaciones de la sociedad civil. El reto está planteado.
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No seria serio si no se reconoce los significativos logros ambientales en La Oroya. La misma entidad que catalogó a La Oroya como una de las ciudades más contaminadas del mundo (por las operaciones sin control ambiental de la Planta antes de la llegada de Doe Run), declaró que la Empresa Doe Run estaba haciendo el esfuerzo correcto para superar el impacto.
A la fecha, sus emisiones, sus descargas de agua y la remedición de los suelos en su planta cumplen los LMP que menciona la nota a excepción del Dióxido de Azufre que es el 9no proyecto ejecutado al 52% y que es lo pendiente por hacer (los otros 8 proyectos ya fueron completados).
Son esos logros ambientales, los éxitos habidos en sus programas de responsabilidad social y su compromiso con su fuerza laboral lo que le ha valido la licencia social que la nota indirectamente reconoce. La empresa ha sabido balancear responsablemente los valores sociales, ambientales, laborales y económicos, sin privilegiar uno contra otro. Eso es lo que la población reconoce y aprecia.