Brasil: “La Amazonia está en manos del narcotráfico”

Por Paolo Moiola

El sacerdote jesuita colombiano Roberto Jaramillo vive desde hace 15 años en la región amazónica brasileña. Desde el 2005 es superior regional de la Compañía de Jesús en el estado de Amazonas. Como antropólogo estudia los problemas relativos a los “indígenas urbanos”.

Paolo Moiola, colaborador de Noticias Aliadas, conversó con Jaramillo en Manaus sobre quiénes son y cómo viven los habitantes de la Amazonia, la situación de los pueblos indígenas y el desarrollo que se está buscando.

– La idea que se tiene a menudo de la Amazonia no corresponde a la realidad. ¿Usted comparte esta afirmación?

Sí, el imaginario de la Amazonia no coincide con la realidad. La imagen es de una tierra sin hombres, mientras que hay 40 millones de habitantes, la mayoría en zonas urbanizadas, con todos los problemas que presenta la urbanización en América Latina.

Manaus tiene casi 2 millones de habitantes, pero sólo 17% de ellos cuenta con sistema de alcantarillado. Por lo tanto, la gran mayoría de los residuos biológicos y químicos se dispersan en el medio ambiente, en el agua. Otra paradoja: en una ciudad ubicada en la margen del río más grande del mundo, sólo 32% reciben agua en casa, mientras que el resto de la población debe arreglarse con agua no purificada. Estos hechos destacan otro aspecto: en las ciudades amazónicas —Manaus, Santarém, Belém y otras más pequeñas— la brecha entre ricos y pobres se manifiesta más que en las ciudades de la costa. En otras palabras, en la Amazonia la concentración de la riqueza es mucho mayor.

– Conocimos a muchas personas procedentes de otros estados de Brasil que se trasladaron a Manaus para trabajar. ¿Cómo lo explica?

En la década de 1980 la junta militar [que gobernó entre 1964 y 1985] instituyó la zona franca [lugar donde la imposición fiscal es menor] de Manaus, la única zona franca de Brasil. Hablamos de unas 500 industrias —particularmente electrónica: Sony, Thompson, Philips, pero también la Honda con sus motos y muchas otras— para aproximadamente 100,000 puestos de trabajo, pero el 90% son trabajadores con contratos temporales, especialmente mujeres. Esto significa que muchos trabajan por dos o tres meses, y luego son despedidos sin tener derecho a ninguna indemnización. Esto, aparte de que unas cuantas familias locales —aquellas que en Manaus lo poseen todo— hacen negocios con inversionistas de São Paulo, Rio de Janeiro, Paraná. En suma, el dinero no es de Manaus y ni siquiera lo beneficia.

– El Brasil es un país en rápida expansión, visto con admiración por muchos.

Hay estructuras democráticas como el voto, los periódicos, pero la manera de pensar es premoderna. Los gobiernos siguen siendo clientelistas. Siguiendo con la Amazonia, hay que pensar en pequeñas ciudades donde el alcalde controla la economía. ¿Quién se atreverá a desafiarlo votando en su contra, sabiendo que luego podría perder su trabajo o que podría perder incluso a sus familiares? Para cambiar esta situación debe haber educación y un adecuado periodo de tiempo.

– ¿Además de urbanización y clientelismo político, hay otras situaciones que ustedes los misioneros hayan observado?

Otro grave problema que la gente no se imagina, quizás uno de los peores, es que la Amazonia está en manos del narcotráfico. Las periferias de las ciudades son rehenes del comercio y consumo de drogas. El 50% de la violencia de esta ciudad proviene de la droga. Los jóvenes de los suburbios no ven otra solución a su existencia que fumar marihuana o aspirar cocaína.

– Habló de 40 millones de personas en toda la Amazonia. ¿Cuántos son indígenas? Porque hemos encontrado cifras muy discordantes.

En el censo [del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística] del 2000 hubo 750,000 personas que se declararon indígenas. Pero 10 años antes eran la mitad. ¿Qué ha sucedido para explicar un cambio de esta magnitud? Algo ha cambiado en la conciencia política nacional por lo cual resulta conveniente declararse indígena.

También en el mundo ha pasado una cosa similar: antes, ser indígena era considerado una humillación, posteriormente se convirtió en una característica de la cual estar orgulloso. Pues bien, de estas 750,000 personas la FUNAI [la estatal Fundación Nacional del Indígena] reconoce como indígenas sólo a 380,000-400,000. Uno de los inconvenientes de la política indigenista brasileña es que un indígena debe vivir en territorio indígena. Por lo tanto, la mitad no son reconocidos como indígenas por el Estado, esa mitad que vive en las ciudades: desde Rio a São Paulo y a Manaus.

Esas personas han nacido en la ciudad, no hablan lenguas indígenas. Pero son indígenas y se sienten indígenas. Se trata de una realidad que molesta a los blancos y al gobierno, porque no saben cómo actuar ante ellos. Pero es una realidad que a menudo produce problemas incluso dentro de las comunidades indígenas: son acusados de no hablar la lengua indígena, de no tener sangre totalmente indígena, etc. En suma, hay problemas que no encuentran solución ni de una parte ni de la otra.

– ¿Podría darnos un ejemplo?

Es el caso de matrimonios mixtos: los hijos de un indígena con una blanca son indígenas, ¿pero los niños de una indígena con un blanco no son indígenas. ¿Qué lógica tiene? O también la cuestión del idioma: ¿es un elemento fundamental para decir si uno es o no indígena?

– Los indígenas fuera de la Amazonia brasileña —en Perú y Ecuador particularmente — son más numerosos que en Brasil.

También existe una explicación histórica. En general, se puede afirmar que los portugueses fueron mucho más agresivos que los españoles con los pueblos indígenas. Además, los indígenas de la cultura andina habían alcanzado niveles de desarrollo mucho más elevados —pensemos en el cultivo de maíz o las técnicas de construcción— con respecto a los pueblos indígenas de las tierras bajas. Por lo tanto, por todas estas razones, el impacto entre los invasores blancos y los indígenas fue mucho más fuerte en la Amazonia brasileña. Aparte de que el clima influyó grandemente en la propagación de enfermedades y dolencias.

Los más optimistas entre los antropólogos dicen que, en la época de la colonia, hubo aquí unos 7 millones de indígenas. Hoy, en toda la Amazonia, serán unos 2 millones.

– El gobierno brasileño y las empresas multinacionales se están aprovechando de las enormes riquezas de la Amazonia. ¿Qué queda para las poblaciones locales?

El poder político y económico, así como las leyes, están al servicio del gran capital. Que a menudo es extranjero. Piénsese en la IIRSA [Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Sudamericana], que con sus megaproyectos es desconocida para la gente: canales interocéanicos, carreteras por todos lados, otras 11 centrales hidroeléctricas en vez de modernizar algunas de las 24 ya existentes. Lamentablemente, todos los grandes proyectos amazónicos se dirigen hacia un desarrollo que no está en equilibrio ni de acuerdo con las poblaciones.

– ¿Qué han dejado los ocho años de la presidencia de Luiz Ignácio Lula da Silva?

Lula ha hecho maravillas, pero no ha hecho lo que había prometido. Su problema ha sido haberse confiado al capital internacional. Lula ha entregado 50-60 reales (US$31-37) al mes a 4 millones de familias que nunca habían recibido dinero del Estado. Su redistribución de los ingresos ha sido impresionante, teniendo en cuenta que un país como Brasil no cambia en ocho años. Pero los políticos brasileños están cada vez más en manos del gran capital. Como lo demuestra la filosofía del PAC [Programa de Aceleración del Crecimiento], que es “crecer, crecer, crecer” económicamente, sin ningún interés por la salud, la educación, la participación, la democracia.

Sin embargo, la culpa no es de Lula, sino de los movimientos sociales que llegaron con él, se sentaron cerca del poder y se acomodaron allí. Incluso el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, como lo demuestra el número de invasiones infinitamente menores —y más simbólicas que reales— que se produjeron durante el gobierno de Lula.

 

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