Se conformó la Unión de Científicos Comprometidos. Un escrito de Andrés Carrasco es el origen de esta red latinoamericana que cuestiona el rol de la ciencia al servicio de las corporaciones con la complicidad del Estado.
Em Mu/Territorios
“El conocimiento científico y tecnológico, en particular aquel desarrollado sin el debido control social, ha contribuido a crear problemas ambientales y de salud, con alcances muchas veces catastróficos e irreversibles”. El cuestionamiento proviene desde adentro mismo del sistema científico y es parte del documento fundacional de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (Uccsnal), espacio nacido en Rosario y conformado por académicos de una decena de países.
Cuestionan las políticas científicas que, desde el Estado, están al servicio del sector privado, hacen hincapié en los académicos que legitiman el extractivismo (agronegocios, minería, petróleo) y proponen una ciencia que tome como centro al pueblo: “El quehacer científico debe desarrollarse de una manera éticamente responsable y con un claro compromiso con la sociedad y la naturaleza, privilegiando los principios de sustentabilidad, equidad, democracia participativa, justicia socio- ambiental y diversidad cultural”.
Ciencia digna
La Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) estableció el 16 de junio de 2014 como el “día de la ciencia digna”, en homenaje al jefe del Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA, Andrés Carrasco, quién confirmó los efectos nocivos del herbicida glifosato. Carrasco, que falleció en mayo de 2014, había sido presidente del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y era un duro cuestionador de las políticas científicas que (desde el Estado) están al servicio del sector privado.
Enfrentó una campaña de desprestigió de sectores mediáticos ligados al agronegocios y también de sectores de la academia, incluso del ministro de Ciencia, Lino Barañao (un férreo impulsor de las empresas transgénicas).
Carrasco tejió lazos con organizaciones sociales, poblaciones fumigadas e investigadores críticos al modelo hegemónico de ciencia. Trabajaba en un escrito que sería el puntapié de un colectivo de académicos de América. No llegó a terminar el documento, pero el 16 de junio de 2014 se lanzó (en base a su escrito) la “Declaración Latinoamericana por una Ciencia Digna”.
“Existe una ciencia cada vez más dependiente de los poderes hegemónicos, violando el derecho a una ciencia autónoma para beneficio directo de la sociedad (…) Los cultivos transgénicos son vehículos diseñados no para alimentar al mundo, sino para la apropiación sistemática e instrumental de la naturaleza; y sin duda un instrumento estratégico de control territorial, político y cultural, de una nueva etapa neocolonial”, señala el escrito de Carrasco.
En otro apartado afirmaba que la manipulación genética es solo una tecnología y “no tiene una base científica sólida por lo que constituye un peligro para el equilibrio natural y la diversidad biológica”. Alertaba sobre la existencia de “grandes negocios y un enorme relato legitimador que los científicos honestos no podrán evitar interpelar”.
“La ciencia, su sentido del para qué, para quién y hacia dónde, están en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir demencia si queremos sobrevivir soberanamente. Los pueblos latinoamericanos tienen el derecho irrenunciable a desarrollar una ciencia transparente, autónoma y que sirva a sus intereses”, proponía el escrito de Carrasco, que soñaba con un colectivo de científicos cercanos al pueblo y alejados de los dictados de las empresas.
A los pocos días de circular el escrito, ya había más de 50 reconocidos y respetados académicos de Argentina, México, Ecuador, Costa Rica y Brasil que adherían a la declaración.
Un año después
Junio de 2015. Rosario fue otra vez el epicentro. La Facultad de Ciencias Médicas de la UNR. Toda una semana de actividades, en el marco del III Congreso Internacional de Salud Socioambiental, se realizó el I Encuentro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, con participantes de una decena de países de la región. Más de 70 expositores y debates. El hincapié estuvo puesto en las actividades extractivas, las políticas de Estado, las organizaciones territoriales y, claro, el rol de la ciencia y las universidades públicas.
Una de las ponencias estuvo a cargo de Alicia Massarini, doctora en ciencias biológicas e investigadora del Conicet. Explicó que una concepción clásica y hegemónica de la ciencia es la que se presenta como neutral, objetiva y universal. Tuvo su punto de partida en 1945, luego de la Segunda Guerra Mundial, y vincula la ciencia al progreso y a la generación de riqueza. “Es un modelo lineal, muy parecido a la vigente en la Argentina actual”, afirmó.
Sostuvo que esa concepción de ciencia comenzó a ser cuestionada en la década del 60, donde diversos investigadores cuestionaron que se dé un cheque en blanco al hacer científico. Esa mirada crítica tuvo su correlato local en el Pensamiento Lationamericano en Ciencia y Tecnología (PLACT), que rechazaba la neutralidad del pensamiento científico y buscaba una estrecha relación con el pueblo. De Argentina sobresalían Jorge Sabato y Oscar Varsavsky. Dos preguntas podrían resumir esos cuestionamientos y, al mismo tiempo, la búsqueda de alternativas: ¿ciencia para qué y para quién?
Dictaduras militares mediante (y neoliberalismo después), esa línea de pensamiento crítico se debilitó, pero advirtió que en la última década resurgió.
La crítica (o autocrítica) a la ciencia actual apunta a la creciente tendencia a la privatización y mercantilización del conocimiento, e incluye el sistema de evaluación, que hace fundamental hincapié en la escritura “paper” (artículos) en revistas especializadas en ciencias. A más publicaciones, y según en qué revistas, mayor puntaje para ascender en la carrera. Massarini, en línea con muchos otros científicos, cuestionó la centralidad que se le da a las publicaciones. “Hay que preguntarse cuál ha sido el destino de esos artículos. La gran mayoría no ha dejado huella de interés. Y los dos tercios de ellos jamás ha sido citado por otros investigadores”, cuestionó.
Y resumió los dos modelos de ciencia: con el sector privado como eje (“empresacéntrico”) o con la sociedad como sujeto de referencia (“pueblocéntrico”). Afirmó que el actual modelo lineal de ciencia muestra que el saber está en crisis. Y propuso otro modelo, una ciencia vinculada al contexto social, cultural y a los territorios.
Documento
Más de treinta investigadores debatieron durante todo un día el documento constitutivo de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (Uccsnal). Durante casi cinco meses habían circulado distintas versiones vía correos electrónicos, pero en Rosario se hiló aún más fino. Se consensuaron seis carillas, con un comienzo que es una declaración de principios: “En homenaje póstumo al doctor Andrés Carrasco (1946-2014). Presidente Honorario Permanente”.
Los primeros párrafos son una crítica al extractivismo y a sus justificadores: “La generación y uso del conocimiento científico tecnológico están cada vez más comprometidos con dar respuesta a las demandas de las corporaciones que impulsan el modelo que nos ha llevado a esta crisis y cada vez menos al servicio de los pueblos”.
Denuncia la “creciente tendencia a la privatización del conocimiento” y al mismo tiempo revaloriza el saber de las comunidades locales, los pueblos indígenas, los campesinos y los habitantes de las periferias de las ciudades quienes “con sus luchas, sus saberes ancestrales, sus ejemplos convivenciales y su concepción del buen vivir y su organización, siembran semillas emancipadoras para reconstruir los paradigmas necesarios para enfrentar estas crisis”.
Entre los objetivos de la Unión de Científicos figuran el propiciar una reflexión crítica sobre la ciencia y la tecnología, promover la discusión sobre la responsabilidad de los estudiantes, científicos y académicos, y generar conocimientos orientado a acompañar y fortalecer los procesos sociales y las luchas en defensa de las comunidades y la naturaleza.
“Resulta imperativo aplicar los principios de precaución y de prevención”, resalta el documento de los científicos. Lo que implica que, ante la falta de certeza sobre el impacto de una tecnología o técnica (los transgénicos o la fractura hidráulica para extraer petróleo) se deben tomar medidas de protección para el ambiente y la salud humana. Y remarcan que es imprescindible que todo proceso de generación y aplicación de tecnologías en la sociedad “sea convalidado por la licencia social y ambiental correspondiente, fruto de legítimos procesos participativos”.
Y, ya casi al final del documento, vuelve a una pregunta tan necesaria como ausente en el modelo académico hegemónico: para qué y para quién es la ciencia y la tecnología.
Entre los firmantes están Alejandro Calderón y Margarita Tadeo Robledo (México), Jaime García (Costa Rica); Miriam Mora y Arturo Quizhpe (Ecuador), Eduardo Espinoza (El Salvador), Rubens Nodaris (Brasil), Esperanza Holguin (Colombia), Pablo Galeano (Uruguay), y Damián Verzeñassi, Alicia Massarini y Damián Marino (Argentina), entre otros.
También forma parte del colectivo Elizabeth Bravo, ecuatoriana y doctora en ecología de microorganismos. Bravo denunció en su ponencia la existencia de una “ciencia mercenaria” (dio como ejemplo la contaminación de Chevron en Ecuador y cómo un grupo de científicos acudieron al auxilio de la petrolera y no de las comunidades afectadas), pero revalorizó lo sucedido en Rosario: “La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza es un hecho de gran trascendencia para los países de América. Nace ante la necesidad de contar con una mirada crítica al modelo tecno-científico que se está imponiendo en la región. Esta necesidad fue ya ubicada por nuestro querido amigo Andrés Carrasco, quien nos dejó como tarea pendiente crear esta organización. A un año de su partida, la pudimos concretar y ya está dando sus primeros pasos por América Latina”.
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O documento Declaración Latinoamericana por una Ciencia Digna – Por la prohibición de los transgénicos en Latinoamérica pode ser lido AQUI.
Enviado para Combate Racismo Ambiental por Raquel Rigotto.
O manifesto fala de uma “outra” ciência, supondo que a atual está comprometida com as corporações, em particular a ciência que tem interface com a biotecnologia. Há aqui um grave erro conceitual: a ciência é uma só e caracterizada pelo uso do método científico para a elucidação de questões. Não importa se o cientista está se debruçando sobre a busca de uma fórmula para uma série matemática ou se está em busca da compreensão de um novo mecanismo de manipulação do DNA. Seus resultados e sua análise, se obtidos com o emprego do método científico (consubstanciado nas várias metodologias de seu trabalho), serão válidos. Qualquer experimento que fuja destas regras básicas não tem validade.
Além disso, a ciência é um processo de construção e desconstrução gradual, com idas e vindas e uma história complexa de acertos e erros. Neste caminho a verdade nunca é absoluta, mas não deixa de existir. Esta afirmação parece absurda ao leigo, mas assim é: o que é aceito pela maioria dos cientistas é a “verdade”. Se houver outro ponto de vista igualmente baseado em ciência (isto é, com resultados obtidos e analisados de acordo com o método científico), ele será considerado como uma alternativa em estudo e só vencerá o main trend se for apoiado por uma parcela grande de cientistas. Se um grupo tem resultados que foram obtidos em violação aos princípios da experimentação científica, não pode pretender impor seu ponto de vista nem desafiar o que a maioria acredita, porque falta consistência (e, em última instância, verdade) nos resultados.
Claro está que existem regras rígidas quanto á ética experimental quando ela envolve animais e seres humanos. E o cientista, enquanto Homem, deve também pautar-se pela ética em seu comportamento em relação à sociedade. Estas regras não alteram resultados, mas validam o trabalho do cientista. Em todas as instituições de pesquisa, sejam públicas ou privadas, há comitês de ética e os próprios cientistas estão agudamente conscientes de seu papel como exemplos de comportamento ético, além do indispensável modus operandi científico.
Está claro que nem todo cientista é ético, mas a maioria o é. Imaginar que a maior parte dos que trabalham em investigação na interface com a biotecnologia é composta de cientistas antiéticos e que apenas um pequeno grupo de “independentes” é ética compõe a fantasia dos ativistas anti-OGM. O que está em pauta é um julgamento ideológico dos cientistas que fazem as descobertas e daqueles que fazem a inovação nesta área aplicada. Quem os julga tem em geral seus trabalhos na mesma área rejeitados pela maioria dos cientistas, não por qualquer característica ética ou anti-ética de quem gerou os resultados, mas pelo descumprimento do método cientifico na geração de seus resultados. É o caso do Séralini, do falecido Carrasco e de alguns outros: seus resultados foram obtidos com violações mais ou menos graves do método científico.
Poder-se-ia argumentar: acaso existe só um método científico? Uma “outra” ciência, em que a ética e a ideologia fossem os guias principais, e não a ditadura do método científico cartesiano, não poderia desenvolver sua própria metodologia? Sim, poderia! Tivemos um exemplo completo disso no biólogo Lisenko, que inventou uma nova genética e um novo método experimental que convinha à ideologia e à ética do Partido Comunista Soviético na ocasião. Os que se alinharam ao seu novo método, ungidos pelos santos óleos da ética stalinista, enterraram a agricultura soviética, que até hoje patina no underground. E os que tentaram continuar sendo cientistas à antiga, bem cartesianos, foram mandados para a Sibéria, como o grande geneticista Vavilov.