El asesinato de dos pescadores indios desnuda la ignorancia de los políticos italianos

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Entre Italia e India existe una bizarra crisis diplomática que se debate entre dos absurdos: la pena capital exigida para los marinos italianos por los sectores duros del gobierno indio, y la impunidad que, se cree, es derecho natural de las potencias occidentales en la administración de las rutas comerciales en el “Tercer Mundo”

Alberto Prunetti* – Desinformémonos

Italia. Los medios de comunicación y los políticos en Italia utilizan una tragedia –en la que resultaron muertos dos pescadores indios, y acusados de terrorismo los dos infante de marina italianos responsables- para exaltar sentimientos nacionalistas, sin atender a lo que viven las familias de los trabajadores del mar asesinados.

El 15 de febrero del 2012, dos infantes de la marina italiana que custodiaban la nave petrolera Enrica Lexie, dispararon contra una embarcación pesquera creyendo que se trataba de una ataque pirata. Los hechos ocurrieron cerca de las costas de Cochín, en el estado suroccidental de Kerala, en India. En lo que, sostienen, fue acto de autodefensa, los marinos Salvatore Girone y Massimiliano Latorre asesinaron a los pescadores Valentine Celestine y Ajees Binki. Desde entonces, el tema de “i  marò”(los infantes de marina), como se le conoce en Italia, produjo una crisis diplomática entre el gobierno de la India, y el gobierno de la península y la Unión Europea. El gobierno indio sostiene que los marinos -actualmente detenidos en ese país- deben ser procesados por la justicia hindú, bajo el cargo de terrorismo, lo que significaría, en el peor de los casos, la aplicación de la pena de muerte contra Girone y Latorre. Por su parte, el gobierno italiano y la Unión Europea sostienen que los hechos se dieron en aguas internacionales, y que los infantes de marina simplemente deben regresar a casa.

La cuestión de i marò se convirtió en un tema fundamental en los medios de comunicación italianos. La prensa y los noticieros achacan el estancamiento del caso a la torpeza diplomática de los gobierno de Mario Monti y Enrico Letta. Mientras tanto, los partidos de derecha y los grupos neofascistas asumen el regreso de los marinos como una reivindicación patriótica, y desde un lenguaje exaltado y xenofóbico, exigen acciones más duras contra el gobierno de Nueva Delhi. Por su parte, el nuevo primer ministro del Partido Democrático, Matteo Renzi, sostiene que la cuestión de los marinos es una prioridad para su gobierno y que “no descansará hasta traerlos de regreso a casa”.

El tema de los infantes de marina es relevante no sólo porque su instrumentación en clave patriótica ha permitido en más de una ocasión distraer a la opinión pública de los problemas fundamentales de Italia, sino también, y sobre todo, porque detrás de la retórica patriotera del gobierno, los partidos y los medios de comunicación, se oculta la injusticia cometida contra Valentine Celestine y Ajees Binki y sus familias.

Desde el estupor y la indignación, Alberto Prunetti, que enseñaba italiano en la región de origen de los pescadores asesinados, escribió una carta abierta a sus alumnos en Kerala, cuya traducción al español aparece a continuación. El texto, escrito en clave personal, evidencia lo bizarro de una crisis diplomática que se debate entre dos absurdos: la pena capital exigida por los medios de comunicación y los sectores duros del gobierno de la India, y la impunidad que, se cree, es derecho natural de las potencias occidentales en la administración de las rutas comerciales en el “Tercer Mundo”.

Queridas muchachas y muchachos:

Por muchos meses fui su profesor de italiano entre Mumbai y Bangalore. La mayoría de ustedes venía del estado de Kerala. De entre sus padres, muchos son pescadores. Recuerdo los sacrificios de sus familiares, que esperan regalarles un mejor futuro a través de una licenciatura en enfermería y el curso de italiano. Recuerdo que Italia y Europa representan para ustedes la posibilidad de un cambio para bien en su profesión y en sus vidas.

Recuerdo también que, como todos los estudiantes, el uso de las preposiciones italianas los ponía en dificultades. Para presentarse decían: “Sono nato a Kerala” (nací en Kerala), y yo les explicaba que la regla gramatical establece que el uso de la preposición sea “in + nombre del estado” y “a + el nombre de la ciudad”. Es por ello que se dice “Sono nato in Italia” (nací en Italia) y “Sono nato a Roma” (nací en Roma). Y dado que Kerala es un estado (la India es una federación de estados, como los Estados Unidos), se debe decir: “sono nato in Kerala, a Trivandrum” (nací en Kerala, en Trivandrum) como se dice “sono nato in Colorado, a Boulder” (nací en Colorado, en Boulder).

Creo que podrán entender mi estupor y mi tristeza después del asesinato de los pescadores Valentine Celestine y Ajees Binki, por los disparos provenientes de la nave petrolera italiana Enrica Lexie (no hay dudas al respecto de esta responsabilidad: las instituciones italianas ya pagaron una indemnización a los parientes de los pescadores, gracias a un acuerdo extrajudicial del que poco se habla en Italia). Después de este trágico episodio, de improviso los italianos descubrieron la existencia del mar de Cochín y empezaron a decir: “il nostro ambasciatore” (nuestro embajador), o “l’inviato del governo”… “è andato a Kerala” (El enviado del gobierno fue a Kerala). Lo han hecho todos, desde quien en ese entonces era el representante del gobierno, Mario Monti, hasta los directores de los más prestigiosos noticieros.

Se han equivocado, y demuestran su ignorancia en al menos una de las siguientes dos realidades: la India y la gramática italiana; yo diría que probablemente en ambas.

Por desgracia ustedes, escuchando a estos importantes opinadores, pueden pensar que quien debe estar equivocado soy yo, y que no fui un buen profesor. Porque yo digo una cosa mientras los que cuentan me contradicen. Y además, en el fondo yo soy solamente un profesor de italiano… es más, un ex-profesor, y probablemente tengo menos autoridad a los ojos de ustedes que el director de un noticiero o el representante del gobierno italiano.

Pero la realidad, queridos estudiantes, es que la razón la toma quien empuña un fusil y quien usa las palabras como si fueran armas, porque puede contar las cosas como mejor le conviene. Como aquellos actos que la crónica periodística definió como “heroicos” cuando, en la mejor de las hipótesis, se trató de un trágico error. Tal como las preposiciones usadas si el menor cuidado.

De todos modos me permitiré darles algunos consejos lingüísticos más:

Al respecto de los adjetivos y los pronombres posesivos, desconfíen de quien usa con exceso los segundos. “Nuestra lengua” (la nostra lingua), “nuestra religión”, (la nostra religione), “nuestros infantes de marina” (i nostri marò), “nuestra patria” (la nostra patria). Sirven para alimentar un imaginario compartido detrás de construcciones identitarias que esconden las divisiones más importantes. Esta retórica de lo compartido se difunde cada vez más en el italiano. Como también sucede en la India. Pero pongan atención a esta retórica. Observen qué cosa hay detrás. Se habla de “hombres del mar” a la ligera, siendo un término que tiene un sentido demasiado amplio, pues en el mar no existen solamente “hombres de mar”.

A tiro de pistola, en el mar de ustedes, tan lleno de peces y redes chinas, se encontraron de cerca unos pescadores inermes con soldados haciendo las funciones de contratistas armados, quienes reivindican el derecho a disparar en defensa del petróleo y las mercancías occidentales. Ese maldito petróleo que se paga en dólares y en vidas humanas. Esos “hombres de mar” tan diversos entre sí, se vieron unidos por un instante por medio de una sola cosa: la trayectoria de los proyectiles. No se pueden meter bajo un mismo término “hombres de mar” que defendían mercancías occidentales en rutas coloniales, y que ganan en un día lo que los sus padres ganan en un año pescando, y a quienes ahora están muertos por llevar el pan y el pescado a la mesa de sus propios hijos. No se dejen engañar por esta retórica de los “hombres de mar”. Ustedes conocen la obra de Jack London y saben que un mozo no es un capitán.

Otra palabra controvertida, y que nunca llegamos a usar en clase, es esta: “terrorista”. Sé que entienden el significado, pero no comprenden el amplio campo de lo que denota. Y confieso que al respecto me siento más confundido que ustedes. Con buenas razones, las autoridades italianas están luchando porque la acusación de terrorismo no caiga sobre los infantes de marina. Entiendo su estupor de frente al hecho de que en el Valle de Susa, cuatro jóvenes del movimiento No-tav han sido acusados del mismo crimen por parte de la procuraduría de justicia italiana. También ellos son considerados terroristas, y sin embargo no han asesinado pescadores, pero parece que son acusados de dañar un compresor. El caso es que me parece que hace falta precisar mejor el campo de lo que esta palabra denota, así como la profundidad semántica de algunos términos del léxico italiano, para no dar la impresión de que un compresor vale más que la vida de dos pescadores de la India.

Tengo tantas cosas que decirles, pero muchos otras cosas debería decírselas a mis connacionales que se dejan bombardear por palabras vacías desde los noticieros. Palabras que hacen que el pecho se hinche pero que vacían la cabeza. ¿Información o propaganda? ¿Comunicación o ruido insistente que cosquillea las emociones más viscerales de los italianos? Expresiones gramaticalmente bien construidas, pero que entrañan cosas absurdas al respecto de los campos de sentido a los que se refieren.

La expresión “Piratas de Kerala”, por ejemplo, gramaticalmente bien formada, tiene el mismo valor que “ideas verdes sin color que duermen furiosamente”, de las que hablaba otro profesor mucho más importante que yo: Noam Chomski. Porque en Kerala los piratas aparecen solamente en las pantallas de sus espléndidas salas cinematográficas. Pero aquí se entra en el campo de la lógica y su teacher prefiere no aventurarse tanto en el ancho mar de las ideas claras y distintas. No quisiera que me tomaran a mí también por un pirata.

A propósito: líneas atrás he hablado de los efectos lingüisticos de los disparos, pero de los efectos pragmáticos ninguno quiere hablar. Calestine y Binki están muertos después de aquellos disparos. ¿Cuántos italianos se acuerdan de aquellos nombres? Si acaso regreso a darles lecciones de italiano, les propondré una unidad didáctica con dos canciones dedicadas a los pescadores, una cantada por Fabrizio De André, y la otra de Pierangelo Bertoli (sé que les aburre la música italiana, pero qué se le va a hacer). Esas canciones ameritan ser parte de nuestra didáctica sobre todo porque se prestan para ilustrar el modo imperativo del tiempo futuro, y además porque cada vez que las escucho me viene a la mente una vanalidad: que un soldado puede convertirse en un héroe, pero un pescador cuando no regresa a casa es olvidado.

Un último punto es el de la condena, ya que después de todo también esa es lenguaje; es un acto lingüístico lo mismo la imputación que la sentencia. Yo creo que la cárcel, como la vara de los profesores de hace mucho tiempo, no sirve para nada, e igualmente creo que las vidas humanas no deberían ser arrebatadas ni con una cuerda ni con el fusil. Imagino que en alguna parte, entre las millones de páginas de épica y leyendas; películas y canciones de los pescadores de Kerala que en vano ustedes trataron de enseñarme (qué pésimo estudiante de malayalam he sido), debe encontrarse la solución a este problema de los infantes de marina. Una solución que nos ayude a resolver la cuestión más allá de la polvareda mediática y las retóricas nacionalistas, que lo vuelven todo más vil e incomprensible.

En los zapatos de quien ha disparado desde la cubierta del Enrika Lexie, pediría ser condenado a construir un asilo para los huérfanos de Kerala. Y pediría que el Ministerio de Defensa de nuestro país, en vez de comprar los costosísimos bombarderos F-35, usara parte de ese dinero para construir escuelas en el estado de Kerala (no “a Kerala”, queridos ministros). Y que en vez de mandar militares y diplomáticos, que Italia reciba enfermeras y enfermeros de Kerala en los hospitales y les pague correctamente. Y que los dos países activen programas de intercambio de estudiantes y becas pagadas por el Ministerio de la Defensa italiano, considerando que en el país de Marco Polo incluso los opinadores de la televisión piensan que la India es un país de faquires (yo creo que ustedes en Kerala nunca han visto uno, ¿verdad?). Y que los infantes de marina que dispararon contra los pescadores se dediquen por la mañana a la albañilería y por las tardes enseñen italiano en una escuela de Kerala.

La condena continuaría por la tarde: luego de haber comido arroz thai en hojas de plátano (no hay nada más rico y sano), los nuevos profesores se convertirán en estudiantes de la lengua malayalam. Libres de moverse en Kerala y de recibir visitas, deberían vivir como los pescadores y conocer el uso de la redes chinas, que surgen majestuosas en el Cochín. Si les parece que ésta es una pena ligera, prueben ponerse en los zapatos de un albañil y de un profesor de italiano, piensen que un militar italiano en funciones de contratista al servicio de un privado gana 467 euros al día, mientras que un maestro de italiano gana cerca de 40 euros por jornada; un pescador o un albañil en la India viven en el límite de la pobreza de su país, sudando por pocas rupias desde el alba hasta el anochecer.

La pena, además, debería ser lingüística, o sea condicionada a la escritura de una canción en malayalam que hable de los mangos y de la sonrisa de las muchachas de Allepey. Una de esas canciones que, obligado por ustedes, bailaba con poca maestría. Un día, entonces, después de haber aprendido el malayalam al grado de saber escribir una canción con las palabras de la lengua de Celestine y Binki, la deuda con las tierras del agua y del arroz quedaría saldada, y los que han disparado a los pescadores en las aguas del Malabar serían libres de regresar al país donde nacieron… O de quedarse, si están contentos con su nueva vida.

Probablemente mis palabras les resultarán ingenuas a ustedes y poco patrióticas a mis connacionales. Pero yo no soy un fusilero ni un diplomático, no amo ni las armas ni las cárceles y leo demasiados libros. Digo solamente que, como profesor, el caso de Calestine y Binki, que aquí en Italia es conocido como (enésimo error lingüístico) “il caso marò” (el caso de los infantes de marina), lo habría resuelto ya desde hace tiempo en la forma que les he contado.

Muy probablemente las cosas serán de otra manera.

En todo caso los abraza su profesor de italiano, su alumno de tantas jornadas en la India, que con estas líneas “si toglie un rospo della gola” (se quita un sapo de la garganta) -es una metáfora, no lo tomen como algo literal. Aprovecho también para recordarles que no se deben levantar cuando un profesor entra en el salón de clases.

*Traducción: Miguel Alejandro González Ledesma

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