La pobreza en América Latina, un fenómeno estructural

Tica Font* – Público

Hace pocos días, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su informe “Panorama Social de América Latina, 2014 (LC/G 2635P)” abordaba la pobreza y desigualdad de América Latina en las últimas dos décadas. Respecto a la pobreza de ingresos entre 2008 y 2013, constatan que, aunque la tasa de crecimiento económico (2,5%) fue superior a la media mundial (2,2%), la tasa de pobreza se encuentra estancada en un 28,1% de la población, en tanto que la indigencia, o pobreza extrema, se incrementa ligeramente alcanzando el 11,7%; lo que equivale a 165 millones de pobres, de los cuales 69 millones están en situación de indigencia. La evolución de la tasa de pobreza entre 2002 y el 2013 se redujo en un 10%, pero dicha tasa está estancada desde 2008 (año de inicio de la crisis financiera mundial). ¿La crisis económica empeorará los resultados? Cabe pensar que sí.

Lo interesante de este informe es que analiza la pobreza midiéndola de forma multidimensional, evaluando cinco ámbitos: la vivienda (precariedad de materiales, hacinamiento e inseguridad), estándar de vida (insuficiencia de recursos y carencia de ciertos bienes), los servicios básicos (agua, saneamiento y energía), la educación (desescolarización, rezago y logros insuficientes) y el empleo y protección social (desocupación y precariedad de la protección social). De esta manera, se considera que una persona es pobre si tiene varias carencias simultáneamente. Es una manera de dejar de mirar la pobreza en sentido estrictamente económico o en términos de renta y, por tanto, plantear políticas que disminuyan las desigualdades tienen que ir más allá de políticas de subsidios y abarcar políticas que incrementen la escolarización, que reduzcan el bajo rendimiento escolar, políticas de acceso a servicios básicos como agua o energía, disponer de viviendas con un mínimo de condiciones, etc.

América Latina no es la región más pobre del mundo, pero sí que es la más inequitativa.  La desigualdad se debe sustancialmente a la extraordinaria concentración de ingresos en el sector de la población con mayor renta, y a una ausencia en el sector de la población más pobre. Aunque la desigualdad ha disminuido entre 2008 y 2013, todavía sigue siendo muy elevada. El 20% de la población más rica ha pasado de recibir el 48,4% al 46,7% del ingreso total, mientras que el 20% de los hogares más pobres han pasado de recibir del 5,2% al 5,6% del total de los ingresos. Podemos comprobar que la inequidad ha disminuido, pero también podemos comprobar que no ha disminuido mucho, que la desigualdad económica sigue siendo muy elevada.

El informe al analizar la desigualdad de género en el mercado laboral  revela que si reducimos las diferencias en las tasas de empleo entre hombres y mujeres conllevaría descensos en los niveles de pobreza de hasta un 12% en Nicaragua y El Salvador. Lo mismo ocurriría si elimináramos la brecha de ingresos entre hombres y mujeres, que lograrían disminuir la pobreza hasta un 14% en el caso de Bolivia. La conclusión es fácil: aumentar la equidad económica entre hombres y mujeres incrementa el nivel de riqueza y bienestar social de las familias. Es evidente que generar una sociedad equitativa en términos económicos entre hombres y mujeres mejora sustancialmente el bienestar de vida.

La mayor parte de los logros en la reducción de la pobreza y las desigualdades han coincidido con los cinco años de crecimiento económico mundial y con el aumento de las remesas de los inmigrantes (que proporcionan dinero en efectivo a las familias más pobres). Cabe pensar que la crisis económica mundial, junto con la bajada de los precios de las materias primas, provocará una disminución del crecimiento económico de los países y en las remesas de los inmigrantes, lo cual puede poner en riesgo el avance en la reducción de la pobreza y la desigualdad.

No cabe duda de que varios gobiernos han buscado mejorar los servicios sociales, que han aumentado significativamente el gasto social, focalizándolo en los más pobres, pero estos esfuerzos han tenido un impacto limitado y no han logrado redistribuir el ingreso entre los más pobres. La educación pública y los servicios de salud, a los cuales acuden los pobres, son de baja calidad en casi todos los países. También hay que destacar que la bonanza económica y el aumento de ingresos por parte de los estados no ha sido utilizada para introducir cambios estructurales, que eviten que los servicios sociales dependan de ingresos coyunturales de bonanzas y ayuden a disminuir la inequidad.

Los desafíos siguen estando latentes, toda América Latina requiere de cambios profundos y estructurales para avanzar en la equidad y abandonar la pobreza.

*Directora del Instituto Catalán Internacional por la Paz y miembro del Centre Delàs d’Estudis per la Pau

Foto: Igor de Melo

Enviada para Combate Racismo Ambiental por Lara Schneider.

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