Por Esteban Emilio Mosonyi*
Comencemos por la masacre de Irotatheri. Aunque no soy testigo presencial ni podría dar fe de todos los detalles, hay informaciones creíbles y muy concretas que deben considerarse con el máximo cuidado y atención, sobre la denuncia de una cruel matanza de ochenta o más indígenas yanomami. Entre los elementos relevantes figuran: la primera declaración del dirigente yanomami Luis Shatiwë; dos documentos de catorce organizaciones indígenas amazonenses que hacen vida en Venezuela; informes muy serios y detallados procedentes de autoridades brasileñas; elementos suministrados por Survival International, cuyos pronunciamientos siempre han sido veraces y apuntan a los hechos. A esto se suman varios tipos de antecedentes como la masacre de Haximu, 1993; la presencia de garimpeiros y otros ilegales en toda la región yanomami denunciada una y mil veces; el maltrato de estos hacia hombres y mujeres yanomami, incluyendo violaciones sexuales y la obligación de realizar trabajos forzados: todo ello en medio de un abandono institucional, donde al menos en los últimos tres años –aunque la desidia viene desde más atrás en ambos países y sobre todo en Venezuela- está fallando totalmente la atención médica. El mismo presidente Chávez acaba de reconocer la existencia de múltiples problemas en el hábitat yanomami.
Esta mañana leí en la prensa local que la Fiscal General de la Nación niega en forma tajante la existencia de una masacre –la Ministra de Asuntos Indígenas lo había hecho dos días antes- incluso afirma que todo está normal, al cabo de una visita que representantes de las autoridades competentes, según su declaración, habrían realizado al lugar de los hechos y a comunidades vecinas. Esto es difícilmente creíble porque los conocedores de la zona coinciden en que es necesario adentrarse a pie por la selva durante cuatro días para llegar a Irotatheri. Además, en unas nuevas declaraciones tomadas por las autoridades venezolanas y en presencia de las mismas, el primer y principal denunciante Shatiwë no solo se retracta de sus anteriores declaraciones sino que culpa a los medios de comunicación de inventar masacres y propalar noticias falsas. ¿Cómo puede este vocero yanomami inculpar a los medios o a cualquier otro denunciante cuando ponen de manifiesto lo que él mismo dijera días antes? La existencia de contradicciones e incertidumbres obligaría al nombramiento de una comisión ampliada –una especie de “Comisión de la Verdad” con participación de indígenas, expertos en la materia, conocedores de la Amazonía y sobre todo independientes de los Poderes Públicos- con la tarea y compromiso de ir y llegar al lugar de los hechos, hacer una indagación profunda y minuciosa, y sobre todo dar las recomendaciones pertinentes para poner fin a la precaria situación en que el pueblo yanomami continúa luchando por su existencia cada vez más difícil en las presentes circunstancias. El Presidente Chávez mencionó la posibilidad de que él mismo apoyaría una investigación seria e imparcial en ese sentido.
Las circunstancias apremian porque lamentablemente bastarían ocho o diez razzias de garimpeiros y otros facinerosos a los shapono yanomami para provocar la extinción irreversible de esta cultura y pueblo multimilenario, patrimonio de la humanidad según la UNESCO, valioso ejemplo de convivencia e incluso de apoyo mutuo entre el ser humano y la naturaleza, lleno además de espiritualidad, valores profundos y un simbolismo ritual, mítico y lingüístico de inmensa complejidad. Con la desaparición de este pueblo también se perdería la diversidad biológica ambiental, totalmente incompatible con la invasiva penetración occidental a nuestras selvas, especialmente con la deforestación incontrolada y la minería intensiva, inclusive la de carácter legal. Ha devenido ya en aforismo -cada vez más repetido- el dicho de que sin la Amazonía la humanidad se quedará sin agua potable ni aire respirable; pese a lo cual tanto las corporaciones transnacionales como los distintos gobiernos hacen lo posible y lo imposible por contribuir a su desintegración. Hasta ahora, poco o nada se ha hecho para compatibilizar de alguna manera la minería y otras formas de aprovechamiento de los bienes provenientes de la selva con un respeto real, no solamente retórico, del ambiente y de las comunidades y culturas indígenas. Muy a pesar de nuestras hermosas disposiciones constitucionales y una elocuente legislación pro-indígena, la población originaria sigue siendo percibida por la mayoría de las autoridades como un peso muerto, una carga incómoda que solo está allí para complicar y dificultar nuestro proceso de desarrollo como país. En este contexto se inscribe igualmente la extremada lentitud con la que avanza el proceso de demarcación de las tierras indígenas en Venezuela y varios países del continente, además de las ambigüedades en su formulación jurídica.
Se equivocan profundamente las autoridades venezolanas cuando especulan en relación con alguna injerencia en sus asuntos internos, o sobre un plan desestabilizador en vista de las elecciones presidenciales. Nuestro norte es la salvaguardia de la sociedad yanomami y otros pueblos indígenas, junto al ambiente prístino que constituye su hábitat y sin el cual no habría vida en la tierra. Por la misma razón, en mi calidad de Presidente del Colegio de Sociólogos y Antropólogos de Venezuela y Rector de la Universidad Indígena de Tauca, en unión con otros colegas amigos y dirigentes indígenas, estamos promoviendo un conjunto de reuniones y otros eventos para atender la ya inocultable emergencia y llamar la atención y sensibilizar al estamento político y a la élite del poder que rigen los destinos de Venezuela –tanto del lado del Gobierno como de la Oposición o quienes se consideren neutrales- para afirmar con claridad meridiana que la sociedad venezolana en su totalidad no está dispuesta a sacrificar su patrimonio ambiental, su diversidad biológica y social, y tampoco la existencia de sus pueblos originarios: en aras de un desarrollismo deshumanizado y desnaturalizado, economicista y guiado por intereses geopolíticos, cuya ola expansiva se extiende sobre todos los países de la región, sin discriminación de si se definen o autodefinen como de derecha, centro o izquierda. Recordemos tan solo cómo habíamos permitido cobardemente, hace poco tiempo, la extinción casi total de los indígenas de la Patagonia y la Tierra del Fuego, antes de eso la brutal matanza exterminadora de los aborígenes de Tasmania, y tantos otros ejemplos que podríamos citar. Pero con los yanomami aseguramos que los ángeles de la muerte NO PASARÁN.
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*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela (UCV), autor de numerosas investigaciones y publicaciones. Domina más de 30 idiomas.